Early Modern Spain


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Cartas de relación: Segunda relación

CARTA de relación enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor por el Capitán General de la Nueva España llamado Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán desde el año de quinientos y diez y nueve a esta parte y ha sometido a la corona real de Su Sacra Majestad. En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica llamada Culúa en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada Temustitán que está por maravillosa arte edificada sobre una grande laguna, de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteeçuma, donde le acaescieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente el grandísimo señorío del dicho Muteeçuma y de sus ritos y cerímonias y de cómo se sirve.

Muy Alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe, lnvitísimo Emperador y Señor Nuestro:

En una nao que desta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y nueve envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ellas suscedidas, la cual relación llevaron Alonso Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz que yo en nombre de Vuestra Alteza fundé. Y después acá por no haber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación desta tierra como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a Vuestra Majestad lo que después se ha hecho, de que después Dios sabe la pena que he tenido, porque he deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas desta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo Emperador della y con título y no menos mérito que el de Alemaña que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. Y porque querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de Vuestra Alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decirse debían seria casi proceder a infinito, si de todo a Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como debo a Vuestra Sacra Majestad suplico que me mande perdonar, porque ni mi habilidad ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan, mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra Majestad sepa. Y asimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si [de] todo lo acaecido no contare el cómo ni el cuándo muy cierto y si no acertare algunos nombres así de cibdades y villas como de señoríos dellas que a Vuestra Majestad han ofrescido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos, porque en cierto infortunio agora nuevamente acaescido, de que adelante en el proceso a Vuestra Alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y abtos que con los naturales destas tierras yo he hecho y otras cosas muchas.

En la otra relación, Muy Excellentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad las cibdades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía subjetas y conquistadas. Y dije ansímismo que tenía noticia de un gran señor que se llamaba Muteeçuma que los naturales desta tierra me habían dicho que en ella había que estaba, segúnd ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o cient leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué; y que confiando en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de Vuestra Alteza, pensaba irle a ver a doquiera que estuviese. Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra Alteza que lo habría preso o muerto o súbdito a la corona real de Vuestra Majestad.

Y con este propósito y demanda me partí de la cibdad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de caballo y trecientos peones lo mejor adreszados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar. Y dejé en la villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada. Y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana a la dicha villa, que serán hasta cincuenta mill hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra Majestad, como hasta agora lo han estado y están. Porque ellos eran súbditos de aquel señor Muteeçuma y, segúnd fui informado, lo eran por fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticia de Vuestra Alteza y de su muy grand y real poder, dijeron que querían ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel grand señor que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacríficar a sus ídolos, y me dijeron otras muchas quejas dél. Y con esto han estado y están muy ciertos y leales en el servicio de Vuestra Alteza, y creo lo estarán siempre por ser libres de la tiranía de aquél. Y porque de mí han sido siempre bien tratados y favorescidos y para más seguridad de los que en la villa quedaban, traje conmigo algunas personas prencipales dellos con alguna gente que no poco provechosos me fueron en mi camino.

Y porque como ya creo, en la primera relación escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía. Y aun algunos dellos se me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, ansimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, segúnd lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan y tocinos y matar al maestre dél e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo inviaba la nao que a Vuestra Alteza invié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar para que el dicho Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen. Como después que lo supo lo puso por obra, que, segúnd he sido informado, invió tras la dicha nao una carabela y si no fuera pasada, la tomara. Y ansimesmo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez, y vistas las confesiones destos delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo que segúnd el tiempo me paresció que habia nescesidad y al servicio de Vuestra Alteza cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra había otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal y ver los pocos españoles que éramos estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase se me alzarían con ellos y yéndose todos los que desta voluntad estaban yo quedaría casi sólo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a Vuestra Alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera cómo so color que los dichos navíos no estaban para navegar los eché a la costa, por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que, vueltas las espaldas, no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar.

Ocho o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la cibdad de Cempoal, que está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido a ellos con una barca y le habían dicho que eran de Francisco de Garay, teniente de gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra Alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí a una legua de donde los dichos navíos andaban y que allí podían ir con ellos y me farían saber de su venida, y si alguna nescesidad trujesen se podrían reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos le habían respondido que ya habían visto el puerto porque pasaron por frente dél, y que ansí lo farían como él gelo decía; y que se había vuelto con la dicha barca y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que todavía andaban por la costa y que no sabían qué era su propósito, pues no habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me fizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban surtos tres leguas la costa abajo y que ninguno no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos encontré tres hombres de los dichos navíos, entre los cuales venía uno que decía ser escribano. Y los dos traía, segúnd me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que diz que el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requirimiento que allí traía en el cual se contenía que me hacía saber cómo él habia descubierto aquella tierra y quería poblar en ella, por tanto que me requería que partiese con él los términos porque su asiento quería hacer cinco leguas la costa abajo después de pasada Nautecal, que es un[a] cibdad que es doce leguas de la dicha villa que agora se llama Almería. A los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de la Vera Cruz, y que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venían; y si sus navíos y gente trujesen alguna nescesidad, les socorrería con lo que yo pudiese; y que pues él decía venir en servicio de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en qué sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni otra gente vernía a tierra ni adonde yo estuviese. Y creyendo que debían de haber hecho algúnd daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos. Y allí estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra para saber dellos lo que habían fecho o por qué parte habían andado, y si algúnd daño hobiesen fecho en la. tierra, inviarlos a Vuestra Sacra Majestad. Y jamás salieron ellos ni otra persona, y visto que no salían, fice quitar los vestidos de aquellos que venían a facerme el requirimiento y [que] se los vestiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales fice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con fasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca como que se iban a la sombra dellas, y ansí saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales, como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno dellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Y los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna.

Y de los que conmigo quedaron me informé cómo habian llegado a un río que está treinta leguas de la costa abajo después de pasada Almería; y que allí habían habido buen acogimiento de los naturales y que por rescate les habían dado de comer; y que habían visto algúnd oro que traían los indios, aunque poco, y que habían rescatado fasta tres mill castellanos de oro; y que no habían saltado en tierra más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca que de los navíos los podían bien ver, y que no había edeficios de piedra sino que todas las casas eran de paja exceto que los suelos dellas tenían algo altos y hechos a mano. Lo cual todo después supe más por entero de aquel grand señor Muteeçuma y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a los cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río que también yo les tomé invié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen al señor de aquel río que se dice Pánuco para le atraer al servicio de Vuestra Sacra Majestad. Y él me invió con ellos una persona prencipal y aun, segúnd decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes y me dijo que él y toda su tierra eran muy contentos de ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos. Y yo les di otras cosas de las de España con que fue muy contento, y tanto que cuando los víeron los de los otros navíos del dicho Francisco de Garay, de que adelante a Vuestra Alteza faré relación, me invió a decir el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río lejos de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían porque les darían lo que hobiese menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer.

Yo fui, Muy Poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal tres jornadas, donde de todos los naturales fui muy bien rescebido y hospedado. Y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalem, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera de una sierra muy agra y para la entrada no hay sino un paso de escalera que es imposible pasar sino gente de pie y aun con farta dificultad si los naturales quieren defender el paso. Y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y a trecientos y a ducientos vecinos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mill hombres de guerra. Y esto es del señorío de aquel Muteeçuma. Y aquí me rescibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos nescesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteeçuma, su señor; y que fuese cierto que él era mi amigo y les había inviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello le servirían. Y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que Vuestra Majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y que yo no iba a más de verle. Y así pasé un puerto que está el fin desta provincia, que pusimos nombre el Puerto del Nombre de Dios por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradición alguna. Y a la bajada del dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que se dice Teixuacan que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de los de Sienchimalem fuimos bien rescibidos. Y nos dijeron de la voluntad de Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo los satisfecí.

Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grand frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padesció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado de que pensé que pereciera mucha gente de frío, y ansí muríeron ciertos indios de la isla Fernandina que iban mal arropados. Y a cabo destas tres jornadas pasamos otro puerto aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre pequeña casi como humilladero donde tenían ciertos ídolos y alderredor de la torre más de mill carretadas de leña cortada muy compuesta, a cuyo respeto le posimos nombre el Puerto de la Leña. Y a la bajada del dicho puerto entre unas sierras muy agras está un valle muy poblado de gente que, segúnd paresció, debía ser gente pobre. Y después de haber andado dos leguas por la población sin saber della llegué a un asiento algo más llano donde paresció estar el señor de aquel valle, que tenía las mejores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habíamos visto porque eran todas de cantería labradas y muy nuevas. Y había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados. Y este valle y población se llama Caltanmy. Del señory gente fui muy bien rescebido y aposentado, y después de le haber hablado de parte de Vuestra Majestad y le haber dicho la cabsa de mi venida en estas partes le pregunté si él era vasallo de Muteeçuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba me respondió diciendo que quién no era vasallo de Muteeçuma, queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de Vuestra Majestad, y [que] otros muy muchos y muy mayores señores que no Muteeçuma eran vasallos de Vuestra Alteza y aun que no lo tenían en pequeña merced, y que ansí lo había de ser Muteeçuma y todos los naturales destas tierras y que ansí lo requería a él que lo fuese, porque siendolo sería muy honrado y favorescido, y por el contrario no queriendo obedecer sería punido; y para que tuviese por bien de le mandar rescebir a su real servicio, que le rogaba que me diese algúnd oro que yo inviase a Vuestra Majestad. Y él me respondió que oro que él lo tenía, pero que no me lo quería dar si Muteeçuma no gelo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algúnd desmán a mi propósito y camino desimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le inviaría a mandar Muteeçuma que diese el oro y lo demás que tuviese.

Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su tierra, el uno cuatro leguas el valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas. Y dejándolos ansí muy contentos, me partí después de haber estado allí cuatro o cinco días y me pasé al asiento del otro señor que está las dos leguas que dije el valle arriba, que se dice Yztacmastitan. El señorío déste serán tres o cuatro leguas de población sin salir casa de casa por lo llano de un valle, ribera de un río pequeño que va por él. Y en un cerro muy alto está la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas, y en lo alto deste cerro terná una población de hasta cinco o seis mill vecinos de muy buenas casas y gente algo más rica que no la del valle abajo, y aquí ansimismo fui muy bien rescebido y también me dijo este señor que era vasallo de Muteeçuma. Y estuve en este asiento tres días, ansí por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo que yo desde Catalmy había inviado a una provincia muy grande que se llama Cascalteca que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad paresció. Y me habían dicho que los naturales desta provincia eran sus amigos dellos y muy capitales enemigos de Muteeçuma y que me querían confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente, y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Muteeçuma y que tenían con él muy continuas guerras, y que creía[n] se holgarían conmigo y me favorescerían si el dicho Muteeçuma se quisiese poner en algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que yo estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron, y yo pregunté a aquellos prencipales de Cempoal que iban conmigo que cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser lejos y que no podían venir tan aína.

Y yo viendo que se dilataba su venida y que aquellos prencipales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los desta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle fallé una grand cerca de piedra seca tan alta como un estado y medio que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un petril de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada tan ancha como diez pasos, y en esta entrada doblaba la una cerca sobre la otra a manera de rebelín tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Y preguntada la cabsa de aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella província de Cascalteca, que eran enemigos de Muteeçuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues que iba a ver a Muteeçuma su señor, que no pasase por la tierra destos sus enemigos porque por ventura serían malos y me farían algúnd daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Muteeçuma sin salir della y que en ella sería siempre bien rescebido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese sino que fuese por allí, que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos y traidores todos los de Muteeçuma y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concebto que de los otros tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y más no con pensamiento de lo que después se me ofreció pero por descubrír la tierra, para que si algo hobiese yo lo supiese y tuviese lugar de concertar y aprecebir la gente.

Y después de haber andado cuatro leguas encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a huir. Y a la sazón llegaba yo e fice que los llamasen y que viniesen y no hobiesen miedo, y fue más hacia donde estaban, que serían fasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cochilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera que nos mataron dos caballos e firíeron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían fasta cuatro o cinco mill indios, y ya se habían llegado conmigo fasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas fasta esperar los españoles que con uno de caballo había inviado a decir que anduviesen, y en las vueltas les hecimos algúnd daño en que mataríamos cincuenta o sesenta dellos sin que daño alguno rescibiésemos puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo, pero como todos éramos de caballo arremetíamos a nuestro salvo y salíamos ansimesmo. Y desque sintiero[n] que los nuestros se acercaban se retrujeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de se haber ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la provincia, y con ellos dos de los mensajeros que yo había inviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho; y que a ellos les pesaba y que me pagarían los caballos que me habían muerto, y que querían ser mis amigos y que fuese en hora buena, que sería dellos bien rescebido. Yo les respondí que gelo agradescía y que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían.

Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo una legua adelante donde esto acaesció, ansí por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas ansí de caballo como de pie hasta que fue el día, que me partí llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis corridores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo ya que salía el sol vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían atado para los matar y que ellos se habían escapado aquella noche. Y no dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y con muy grand grita, y comenzaron a pelear con nosotros tirándonos muchas varas y flechas. Y yo les comencé a facer mis requirimientos en forma con las lenguas que conmigo llevaba por ante escribano, y cuanto más me paraba a los amonestar y requerir con la paz tanto más priesa nos daban ofendiéndonos cuanto ellos podían. Y viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a nos defender como podíamos, y ansí nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cient mill hombres de pelea que por todas partes nos tenían cercados. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros todo el día hasta una hora antes de puesto el sol que se retrajeron, en que con media docena de tiros de fuego y con cinco o seis escopetas y cuarenta ballesteros y con los crece de caballo que me quedaron les hice mucho daño sin rescebir dellos ninguno más del trabajo y cansancio del pelear y la hambre. Y bien paresció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra en el pelear y con tantos géneros de armas para nos ofender salimos tan libres.

Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus ídolos que estaba en un cerrito. Y luego siendo de día dejé en el real ducientos hombres y toda la artillería. Y por ser yo el que cometía salí a ellos con los de caballo y cient peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Yztaemestitán, y antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cient vecinos y truje cerca de cuatrocientas personas entre hombres y mujeres presos, y me recogí al real peleando con ellos sin que daño ninguno me hiciesen.

Otro día, en amanesciendo, dan sobre nuestro real más de ciento y cuarenta y nueve mill hombres que cubrían toda la tierra, tan determinadamente que algunos dellos entraron dentro en él y anduvieron a cuchilladas con los españoles. Y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos que en obra de cuatro horas habiamos fecho lugar para que en nuestro real no nos ofendiesen, puesto que todavía facían algunas arremetidas. Y ansí estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron.

Otro día torné a salir por otra parte antes que fuese de día sin ser sentido dellos con los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y les quemé más de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de más de tres mill casas. Y allí pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos la bandera de la cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de Vuestra Sacra Majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta vitoria que les matamos mucha gente sin que los nuestros rescibiesen daño. Y poco más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en nuestro real con la vitoria habida.

Otro día siguiente vinieron mensajeros de los señores diciendo que ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Y trajéronme de comer y ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. Yo les respondí que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron fasta cincuenta indios que, según paresció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos venían a traer de comer, y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos aposentados. Y los de Cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquéllos eran malos y que venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar, y que tuviese por cierto que no venían a otra cosa. Yo hice tomar uno dellos desimuladamente, que los otros no lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que me dijese la verdad. El cual confesó que Sintengal, que es el capitán general desta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban frontero del real con mucha cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con nosotros [y] que no les aprovechaba nada, y que querían probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas; y que los habían inviado a ellos para que viesen nuestro real y las partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios y le pregunté ansimesmo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y déstos tomé cinco o seis que todos conformaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos, y los invié que dijesen a su señor que de noche y de dia y cada y cuando él viniese verían quién éramos. Y yo fice fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me paresció que convenían, y así estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. Y ya que anochecía comenzó a abajar la gente de los contrarios por dos valles, y ellos pensaban que venían secretos para nos cercar y se poner más cerca de nosotros para ejecutar su propósito. Y como yo estaba tan avisado vílos, y parescióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño porque de noche como no viesen lo que de mi parte se les hiciese llegarían más sin temor, y también porque los españoles no los viendo, algunos temían alguna flaqueza en el pelear. Y temí que me pusieran fuego, lo cual si acaesciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara, y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para los espantar o desbaratar en manera que ellos no llegasen. Y así fue, que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos, sin ningúnd detener ni grita se metieron por los maizales de que toda la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que traían para estar sobre nosotros si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar. Y así se fueron por aquella noche y quedamos seguros.

Después de pasado esto estuve ciertos días que no salí de nuestro real más del redor para defender el entrada de algunos indios que nos venían a gritar y hacer algunas escaramuzas. Y después de estar algo descansado salí una noche, después de rondada la guarda de la prima, con cient peones y con los indios nuestros amigos y con los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar adelante, e hícelos volver. Y aunque todos los de mi compañía decían que me tornase porque era mala señal todavía seguí mi camino, considerando que Dios es sobre natura. Y antes que amanesciese di sobre dos pueblos en que maté mucha gente, y no quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanescía di en otro pueblo tan grande que se ha hallado en él por visitación que yo hice hacer más de veinte mill casas, y como los tomé de sobresalto salían desarmados y las mujeres y niños desnudos por las calles. Y comencé a hacerles algúnd daño, y viendo que no tenían resistencia venieron a mí ciertos prencipales del dicho pueblo a rogarme que no les hiciese más mal porque ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que bien vían que ellos tenían la culpa en no me haber querido creer, pero que de ahí en [a]delante yo vería cómo ellos harían lo que yo en nombre de Vuestra Majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mill dellos de paz y me sacaron fuera a una fuente muy bien de comer, y ansi los dejé pacíficos y volví a nuestro real, donde hallé la gente que en él habla dejado farto atemorizada, creyendo que se me hobiera ofrecido algúnd peligro por lo que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. Y después de sabida la vitoria que Dios nos había querído dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz hobieron mucho placer, porque certifico a Vuestra Majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y tan sin esperanza de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a mis oídos oía decir por los corrillos y casi público que había sido Pedro Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir. Y aun más, oí decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me vían que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir que no lo fuesen ellos sino que se volviesen a la mar; y que si yo quisiese volver con ellos, bien; y si no, que me dejasen. Y muchas veces fui desto por muchas veces requerído, y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de Vuestra Alteza y que jamás en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en dispusición de ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo y que demás de facer lo que a crístianos éramos obligados en puñar contra los enemigos de nuestra fee, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloría y en éste consiguíamos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación ganó; y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las vitorías que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos y de los nuestros ningunos. Y les dije otras cosas que me paresció decirles desta calidad, que con ellas y con el real favor de Vuestra Alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda comenzada.

Otro día siguiente a hora de las diez vino a mí Sicutengal, el capitán general desta provincia, con hasta cincuenta personas prencipales della. Y me rogó de su parte y de la de Magiscacin, que es la más prencipal persona de toda la provincia y de otros muchos señores della, que yo los quisiese admitir al real servicio de Vuestra Alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros pasados porque ellos no nos conoscían ni sabían quién éramos; y que ya habían probado todas sus fuerzas ansí de día como de noche para se escusar de ser súpditos ni subjetos a nadie, porque en ningúnd tiempo esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor, antes habían vevido esentos y por sí de inmemorial tiempo acá; y que siempre se habían defendido contra el gran poder de Muteeçuma y de su padre y ahuelos que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a subjeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir; y que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón porque en su tierra por la frialdad no se criaba, y otras muchas cosas de que carescían por estar así encerrados, y que todo lo sufrían y habían por bueno por ser esentos y no subjetos a nadie; y que conmigo que quisieran hacer lo mismo y que para ello, como ya decían, habían probado sus fuerzas, y que vían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de Vuestra Alteza que no morír y ser destruidas sus casas y mujeres y fijos. Yo les satisfice diciendo que conosciesen cómo ellos tenían la culpa del daño que habían rescebido, y que yo me venía a su tierra creyendo que me venía a tierra de mis amigos porque los de Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser; y que yo les habían inviado mis mensajeros delante para les hacer saber cómo venía y la voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, veniendo yo seguro, me habían salido a saltear en el camino y me habían muerto dos caballos y herido otros, y demás desto después de haber peleado conmigo me inviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se había hecho había sido sin su licencia y consentimiento, y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin les dar parte, pero que ellos se lo habían reprehendido, y que querían mi amistad; y yo creyendo ser ansí, les había dicho que me placía y me vernía otro día seguramente en sus casas como en casas de amigos, y que ansimesmo me habían salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante que por mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria todo lo demás que contra mí habían fecho y otras muchas cosas que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Finalmente que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y para su real servicio y ofrecieron sus personas y haciendas, y ansí lo hicieron y han hecho fasta hoy y creo lo harán para siempre, por lo que adelante Vuestra Majestad verá.

Y ansí estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días porque no me osaba fiar dellos, puesto que me rogaban que me viniese a una cibdad grande que tenían donde todos los señores desta provincia residían y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la cibdad porque allí sería mejor rescebido y proveído de las cosas nescesarias que no en el campo y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de Vuestra Alteza. Y por su ruego me vine a la cibdad que está seis leguas del aposento y real que yo tenía, la cual cibdad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edeficios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta cibdad un mercado en que cotidianamente todos los días hay en él de treinta mill ánimas arríba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la cibdad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas ansí de mantenimiento como de vestido y calzado que ellos tratan y puede haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras joyas de plumajes, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y yerbas de comer y medecinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan. Hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda la manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y concierto, y tal que lo mejor de Africa no se le iguala.

Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua. Tiene en torno la provincia noventa leguas y más. La orden que hasta agora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta cibdad, y los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos destos señores y cada uno tiene su tierra por sí. Tienen unos más que otros. Y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales desta provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscacin, que es el mayor señor de todos, e ficieron su pesquisa y siguiéronlo fasta una cibdad que está cerca de allí que se dice Churultecal y de allí lo trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar. Yo les agradescí la deligencia que en ello pusieron y les dije que pues estaba en su tierra, que ellos le castigasen como lo acostumbraban, y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias. Y lo tomaron, y con pregón público que magnifestaba su delito le hicieron llevar por aquel grand mercado y allí le pusieron al pie de uno como teatro que est[á] en medio del dicho mercado. Y encima del teatro subió el pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél, y viéndolo todos, le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros habemos visto en prisiones que dicen que los tienen por furtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento y cincuenta mill vecinos con otra provincia pequeña que está junto con ésta que se dice Guasyncango que viven a la manera déstos sin señor natural, los cuales no menos están por vasallos de Vuestra Alteza que estos tascalte[c]as .

Estando, Muy Católico Señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra desta provincia estaba, vinieron a mí seis señores muy prencipales vasallos de Muteeçuma con fasta ducientos hombres para su servicio. Y me dijeron que venían de parte del dicho Muteeçuma a me decir cómo él quería ser vasallo de Vuestra Alteza y mi amigo, y que viese yo qué era lo que quería que él diese por Vuestra Alteza en cada un año de tributo así de oro como de plata y piedras y esclavos y ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía, y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le pesaría de que yo padesciese nescesidad y los que conmigo venían. Y con ellos me invió fasta mill pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta en fin della, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los desta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de Vuestra Sacra Majestad los señores y toda la tierra ficieron, de que, segúnd paresció y ellos mostraban, no hobieron mucho placer, porque trabajaron por muchas vías y formas de me revolver con ellos diciendo que no era cierto lo que me decían ni verdadera la amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Muteeçuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos y como personas que los conoscían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y desconformidad de los unos y de los otros, no hobe poco placer, porque me paresció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos y que se dijese aquel comúnt decir de "de monte...", etc. y aún acordéme de una abtorídad evangélica que dice: "Omne regnum in se ipsum divissum desolavitur". Y con los unos y con los otros maneaba, y a cada uno en secreto le agradescía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro.

Después de haber estado en esta cibdad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteeçuma que siempre estuvieron conmigo que me fuese a una cibdad que está seis leguas désta de Tascaltecal que se dice Churultecal, porque los naturales dellos eran amigos de Muteeçuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad del dicho Muteeçuma si era que yo fuese a su tierra; y que algunos dellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me partiría para un día cierto que les señalé. Y sabido por los desta provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella cibdad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella cibdad a mí y a los de mi compañía, y que para ello había inviado Muteeçuma de su tierra - porque alguna parte della confina con esta cibdad cincuenta mill hombres, y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha cibdad, segúnd señalaron; y que tenía cerrado el camino real por do solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen; y que tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la cibdad tomamos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad; y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella cibdad nunca habían venido a me ver ni a hablar estando tan cerca désta, pues habían venido los de Guasucango, que estaban más lejos que ellos, y que los inviase a llamar y vería cómo no querían venir. Yo les agradescí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y ansí me las dieron. Y yo les invié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de parte de Vuestra Alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra, los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha cibdad, y con ellos vinieron dos o tres personas no de mucha abtoridad y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querían. Los desta cibdad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres de poca suerte y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la cibdad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto príncipe como Vuestra Sacra Majestad que no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para la oír, por tanto que dentro de tres días paresciesen ante mí a dar la obidiencia a Vuestra Alteza y a se ofrecer por sus vasalIos, con aprecibimiento que pasado el término que les daba si no viniesen iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de Vuestra Alteza. Y para ello les invié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de Vuestra Sacra Majestad y de mi venida, deciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de Vuestra Alteza, y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorescidos, y por el contrario los que fuesen rebeldes, porque serían castigados conforme a justicia.

Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha cibdad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes la cabsa era porque los desta provincia eran sus enemigos, y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros; y que bien creían que me habían dicho algunas cosas dellos, que no les diese crédito, porque las decían como enemígos y no porque pasaba ansí, y que me fuese a su cibdad y que allí conoscería ser falsedad lo que éstos me decían y verdad lo que ellos me certificaban; y que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de Vuestra Sacra Majestad, y que lo serían para siempre y servirían y contribuirían en todas las cosas que de parte de Vuestra Alteza se les mandase. Y así lo asentó un escribano por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de me ir con ellos, así por no mostrar flaqueza como porque desde allí pensaba hacer mís negocios con Muteeçuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho, y allí osaban venir y los de allí ir allá porque en el camino no tenían recuesta alguna. Y como los de Tascala vieron mi determinación pésoles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba, pero que pues ellos se habían dado por vasallos de Vuestra Sacra Majestad y mis amigos, que querían ir conmígo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo gelo defendí y rogué que no fuesen porque no había nescesidad, todavía me siguieron hasta cient mill hombres muy bien adreszados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la cibdad. Y desde allí por mucha importunidad mía se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañia hasta cinco o seis mill dellos. Y dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas por despedir la gente, porque no hiciesen algúnd escándalo en la cibdad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la cibdad sobre tarde.

Otro día de mañana salieron de la cibdad a me rescebir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la cibdad y nos metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer, y allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente. Y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos aunque no muchos, y algunas calles de la cibdad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recabdo. Allí fallé ciertos mensajeros de Muteeçuma que venían a hablar con los que conmigo estaban. Y a mí no me dijeron cosa alguna más que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado para lo ir a decir a su señor. Y ansí se fueron después de los haber hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más prencipal.

En tres días que allí estuve proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la cibdad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hobe en Putunchan, que es el rio grande de que ya en la primera relación a Vuestra Majestad hice memoria, le dijo otra natural desta cibdad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Muteeçuma junta, y que los de la cibdad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos, y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que la guarescería. La cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en Yucatán, de que ansimesmo a Vuestra Alteza hobe escripto, y me lo hizo saber. Y yo tomé uno de los naturales de la dicha cibdad que por allí andaba y le aparté secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y ansí por esto como por las señales que para ello vía acordé de prevenir antes que ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la cibdad diciendo que les quería hablar y metílos en una sala, y en tanto, fice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro en él. Y ansí se hizo, que después que tuve los señores dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres mill hombres. Y porque Vuestra Merced vea cuánd aprecibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendian. Y ansí anduve por la cibdad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la cibdad por muchas partes della, porque me ayudaban bien cinco mill indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal. Y vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición. Y me respondieron que ellos no tenían la culpa, porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteeçuma, los habían puesto en ello, y que el dícho Muteeçuma tenía allí en tal parte - que, según después paresció, sería legua y medía - cincuenta mill hombres en guarnición para lo hacer; pero que ya conoscian cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos dellos y que harían recoger la gente de la cibdad y tornar a ella todas las mujeres y niños y ropa que tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos. Y después de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos. Y otro día siguiente estaba toda la cibdad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros como si cosa alguna de lo pasado no hobiera acaescido, y luego solté todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron de servir a Vuestra Majestad muy lealmente. Y en obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la cibdad y tierra tan pacífica y tan poblada que parescía que nadie faltaba della, y sus mercados y tratos por la cíbdad como antes los solían tener. Y fice que los desta cibdad de C[h]urultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Muteeçuma con dádivas los había aducido a su amistad y hechos enemigos destotros.

Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano y tiene hasta veinte mill casas dentro en el cuerpo de la cibdad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conoscidos. No obedescen a señor ninguno, exceto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente desta cibdad es más vestida que los de Tascaltecalen alguna manera, porque los honrados cibdadanos della todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de Africa porque tienen maneras, pero en la hechura y tela y los rapacejos son muy semejables. Todos éstos han sido y son después deste trance pasado muy ciertos vasallos de Vuestra Majestad, y muy obidientes a lo que yo en su real nombre les he requerido y dicho, y creo lo serán de aquí adelante. Esta cibdad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se ríega la más parte della, y aun es la cibdad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana. Y certifico a Vuestra Alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha cibdad, y todas son de mezquitas. Es la cibdad más a propósito de vevir españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos baldíos yaguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada. Y aun con todo en muchas partes padescen nescesidad por falta de pan y aun hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres de España y en otras partes que hay gente de razón.

A aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella cibdad se me quería hacer y cómo los señores della afirmaban que por consejo de Muteeçuma se había hecho, y que no me parescía que era hecho de tan grand señor como él era inviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me había inviado a me decir que era mi amigo y por otra parte buscar maneras de me ofender con mano ajena para se escusar él de culpa si no le suscediese como él pensaba; y que pues ansí era que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi propósito, que ansí como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de le ver y hablar y tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que agora quería entrar por su tierra de guerra haciéndole todo el daño que pudiese como a enemigo, y que me pesaba mucho dello porque más le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parescer en las cosas que en esta tierra hobiera de hacer. Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella cibdad después que aquello se ofreció supieron, y que no podían creer que por consejo y mandado de Muteeçuma se hiciese, y que me rogaban que antes que me determinase de perder su amistad y hacerle la guerra que decía me informase bien de la verdad, y que diese licencia a uno dellos para ir a le hablar, que él volvería muy presto. Hay desta cibdad a donde Muteeçuma residía veinte leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al uno dellos. Y dende a seis días volvió él y el otro que prímero se había ido, y trajéronme diez platos de oro y mill y quinientas piezas de ropa y mucha provisión de gallinas y panicacap, que es cierto brebaje que ellos beben. Y me dijeron que a Muteeçuma le había pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer porque yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado, y que él me hacía cierto que no era ansí; y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habían movido sin él habérselo mandado por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acançingo y la otra Yzcucan, que confinan con la tierra de la dicha cibdad de Churultecal; y que entre ellos tienen ciertas alianzas de vecindad para se ayudar los unos a los otros, y que desta manera habían venido allí y no por su mandado, pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que él me habla inviado a decir o no; y que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos nescesidad, y que dondequiera que yo estuviese le inviase a pedir lo que yo quisiese y que lo inviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía escusar porque había de inviar dél y della relación a Vuestra Majestad, y que yo creía lo que él me inviaba a decir; por tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo hobiese por bien; y que no se pusiese en otra cosa, porque sería de mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y desque ya vido que mi determinada voluntad era de velle a él y a su tierra, me invió a decir que fuese en hora buena, que él me esperaría en aquella gran cibdad donde estaba. E invióme muchos de los suyos para que fuesen conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algúnd concierto para nos ofender, según después paresció, porque lo vieron muchos españoles que yo inviaba después por la tierra. Y había en aquel cammo tantas puentes y pasos malos que yendo por él muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de Vuestra Sacra Majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro no tan peligroso como aquél por donde nos quería llevar, y fue de esta manera:

Que a ocho leguas desta cibdad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se paresce. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande bulto de humo como una grand casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que, segúnd paresce, es tanta la fuerza con que sale que aunque arríba en la sierra anda siempre muy recio viento no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder hacer a Vuestra Alteza muy particular relación quise désta que me paresció algo maravillosa saber el secreto, e invié diez de mis compañeros tales cuales para semejante negocio eran nescesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbelinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la grand frialdad que arriba hacía. Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpitu y roído que parescía que toda la sierra se caía abajo, y ansí se bajaron y trujeron mucha nieve y carámbalos para que los viésemos, porque nos parescía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, segúnd hasta agora ha sido opinión de los pilotos, especialmente que dicen que esta tierra está en veinte grados que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy grand calor. Y yendo a ver esta sierra toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos que para dó iba, y dijeron que a Culúa, y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querian llevar los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y descubrieron los llanos de Culúa y la grand cibdad de Temixtitán y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a Vuestra Alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino, y Dios sabe cúanto holgué yo dello.

Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y me haber informado bien ansí dellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban para me guiar a su tierra y les dije que quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca o y ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano, y que la causa porque por allí no me encaminaban era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasuçingo que eran sus enemigos, por que por allí no terníamos las cosas nescesarias como por las tierras del dicho Muteeçuma; y que pues yo quería ir por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino.

Y ansí nos partimos con harto temor de que aquellos quisiesen perseverar en nos hacer alguna burla, pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino no me paresció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo empidía. Aquel día que de la cibdad de Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas aldeas de la cibdad de Guasucingo donde de los naturales fue muy bien rescebido. Y me dieron algunas esclavas y ropa y ciertas pecezuelas de oro que de todo fue bien poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por tenerlos como el dicho Muteeçuma los tiene cercados con su tierra en tal manera que con ningunas provincias tienen contratación más de en su tierra, y a esta causa viven muy pobremente. Otro día siguiente subí el puerto por entre las dos sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del dicho Muteeçuma descubríamos por una provincia della que se dice Chalco, dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy complidamente todos los de mi compañia y yo nos aposentamos en él aunque llevaba conmigo más de cuatro mill indios de los naturales destas provincias de Tascaltecal y Guasuçingo y Churultecal y Cempoal, y para todos muy complidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacia muy grand frío a causa de estar cercado de las dos sierras y ellas con mucha nieve.

Aqui me vinieron a hablar ciertas personas que parescían prencipales entre las cuales venía uno que me dijeron que era hermano de Muteeçuma, y me trajeron hasta tres mill pesos de oro y de parte dél me dijeron que él me inviaba aquello. Y me rogaba que me volviese y no curase de ir a su cibdad porque era tierra muy pobre de comida y que para ir allá había muy mal camino y que estaba toda en agua y que no podía entrar a ella sino en canoas, y otros muchos inconvinientes que para la ida me pusieron; y que viese todo lo que quería, que Muteeçuma, su señor, me lo mandaría dar, y que ansimesmo concertarían de me dar en cada un año certum quid el cual me llevarían hasta la mar o donde yo quisiese. Yo los rescebí muy bien y les di algunas cosas de las de nuestra España de las que ellos tenían en mucho, en especial al que decían que era hermano de Muteeçuma. Y a su embajada le respondí que si en mi mano fuera volverme que yo lo hiciera por facer placer a Muteeçuma, pero que yo había venido en esta tierra por mandado de Vuestra Majestad y que de la prencipal cosa que della me mandó le hiciese relación fue del dicho Muteeçuma y de aquella su grand cibdad, de la cual y dél había mucho tiempo que Vuestra Alteza tenía noticia; y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a le ver tuviese por bien, porque della a su persona ni tierra ningún daño, antes pro, se le había de seguir; y que después que yo le viese, si fuese su voluntad todavía de no me tener en su compañía que yo me volvería, y que mejor daríamos entre él y mi orden en la manera que en el servicio de Vuestra Alteza él había de tener que por terceras personas, puesto que ellos eran tales a quien todo crédito se debía dar. Y con esta respuesta se volvieron. En este aposento que he dicho, segúnd las apariencias [que] para ello vimos y el aparejo que en él había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella noche. Y como gelo sentí, puse tal recaudo que, conociéndolo ellos, mudaron su pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche mucha gente que en los montes que estaban junto al aposento tenían junta que por muchas de nuestras velas y escuchas fue vista.

Y luego siendo de día me partí a un pueblo que estaba dos leguas de allí que se dice Amaqueruca, que es de la provincia de Chalco, que terná en la prencipal población con las aldeas que haya dos leguas dél más de veinte mill vecinos. Y en el dicho pueblo nos aposentaron en unas muy buenas casas del señor del lugar, y muchas personas que parescían prencipales me vinieron allí a hablar diciéndome que Muteeçuma su señor los había inviado para que me esperasen allí y me ficiesen proveer de todas las cosas nescesarias. El señor desta provincia y pueblo me dio hasta cuarenta esclavas y tres mill castellanos, y dos días que allí estuve nos proveyó muy complidamente de todo lo nescesario para nuestra comida. Y otro día yendo conmigo aquellos prencipales que de parte de Muteeçuma me dijeron que me esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a un pueblo pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad dél sobre el agua della y por la parte de la tierra tiene una sierra muy áspera de piedras y de peñas, donde nos aposentaron muy bien. Y ansimismo quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros, expceto que, segúnd paresció, quisieran facerlo muy a su salvo y tomarnos de noche descuidados. Y como yo iba tan sobre aviso fallábame delante de sus pensamientos, y aquella noche tuve tal guardia que así de espías que venían por el agua en canoas como de otras que por la sierra abajaban a ver si había aparejo para ejecutar su voluntad amanescieron casi quince o veinte que las nuestras las habían tomado y muerto, por manera que pocas volvieron a dar su respuesta del aviso que venían a tomar. Y con hallarnos siempre tan aprecebidos, acordaron demudar el propósito y llevarnos por bien.

Otro día por la mañana ya que me quería partir de aquel pueblo llegaron fasta diez o doce señores muy prencipales, segúnd después supe, y entre ellos un grand señor mancebo de fasta veinte y cinco años a quien todos mostraban tener mucho acatamiento, y tanto que después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían limpiando las piedras y pajas del suelo delante él. Y llegados adonde yo estaba, me dijeron que venía de parte de Muteeçuma, su señor, y que los inviaba para que se fuesen conmigo; y que me rogaba que le perdonase porque no salía su persona a me ver y rescebir, que la causa era estar mal dispuesto, pero que ya su cibdad estaba cerca y que pues yo todavía determinaba ir a ella, que allá nos veríamos y conoscería dél la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza tenía; pero que todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque padescería mucho trabajo y nescesidad, y que él tenía mucha vergüenza de no me poder allá proveer como él deseaba. Y en esto ahincaron y purfiaron mucho aquellos señores, y tanto que no les quedaba sino decir que me defenderían el camino si todavía porfiase ir. Yo les respondí y satisfice y aplaqué con las mejores palabras que pude haciéndoles entender que de mi ida no les podía venir daño sino mucho provecho, y ansí se despidieron después de les haber dado algunas cosas de las que yo traía.

Y yo me partí luego tras ellos muy acompañado de muchas personas que parescían de mucha cuenta, como después paresció serlo. Y todavía seguía el camino por la costa de aquella grand laguna, y a una legua del aposento donde partí vi dentro en ella, casi dos tiros de ballesta, una cibdad pequeña que podría ser hasta de mill o dos mill vecinos toda armada sobre el agua, sin haber para ella ninguna entrada y muy torreada, segúnd lo que de fuera parescía. Y otra legua adelante entramos por una calzada tan ancha como una lanza jineta por la laguna adentro de dos tercios de legua, y por ella fuimos a dar en una cibdad la más hermosa aunque pequeña que hasta entonces habíamos visto, ansi de muy bien obradas casas y torres como de la buena orden que en el fundamento della había, por ser armada toda sobre agua. Y en esta cibdad, que será [de] hasta dos mill vecinos, nos rescibieron muy bíen y nos dieron muy bien de comer y allí me viníeron a fablar el señor y los prencipales della y me rogaron que me quedase allí a dormir. Y aquellas personas que conmígo iban de Muteeçuma me dijeron que no parase, síno que me fuese a otra cibdad que está tres leguas de allí que se dice Yztapalapa, que es de un hermano del dicho Muteeçuma, y así lo hice. Y la salida desta cibdad donde comimos, cuyo nombre al presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada que tenrá una legua grande fasta llegar a la tierra firme. Y llegado a esta cibdad de Yztapalapa, me salió a rescebir algo fuera della el señor y otro de una gran cibdad que está cerca della - que será obra de tres leguas - que se llama Caluaalcan y otros muchos señores que allí me estaban esperando. Y me dieron fasta tres mill o cuatro mill castellanos y algunas esclavas y ropa y me hicieron muy buen acogimiento.

Terná esta cibdad de Yztapalapa doce o quince mill vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad dentro en el agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor della unas casas nuevas que aún no están acabadas que son tan buenas como las mejores de España - digo, de grandes y bien labradas, ansi de obra de cantería como de carpintería y suelos y complimientos para todo género de servicio de casa, expceto masonerías y otras cosas rícas que en España usan en las casas, [que] acá no las tienen. Tienen muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y flores olorosas, ansimismo albercas de agua dulce muy bien labradas con sus escaleras fasta lo fondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas. Y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce muy cuadrada, y las paredes della de gentil cantería, y alderredor della un andén de muy buen suelo ladrillado tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mill y seiscientos. De la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas, y detrás dellas todo de arboledas y de hierbas olorosas. Y de dentro del alberca hay mucho pescado y muchas aves así como lavancos y cercetas y otros géneros de aves de agua, y tantas que muchas veces casi cubren el agua.

Otro día después que a esta cibdad llegué me partí, y a media legua andada entré por una calzada que va por medio desta laguna dos leguas fasta llegar a la grand cibdad de Temextitán que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como dos lanzas y muy bien obrada, que pueden ir por toda ella ocho de caballo a la par. Y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la dicha calzada están tres cibdades; y la una dellas, que se dice Mesicalçingo, está fundada la mayor parte della dentro de la dicha laguna, y las otras dos, que se llaman la una Niçiaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa della y muchas casas dellas dentro en el agua. La primera cibdad destas terná hasta tres mill vecinos y la segunda más de seis mill y la tercera otros cuatro o cinco mill vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial las casas de los señores y personas prencipales y las de sus mezquitas y oratorios donde ellos tienen sus ídolos. En estas cibdades hay mucho trato de sal que facen del agua de la dicha laguna y de la superfic[i]e que está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta manera y hacen panes de la dicha sal que venden para los naturales y para fuera de la comarca. Y así seguí la dicha calzada, y a media legua antes de llegar al cuerpo de la cibdad de Temextitán, a la entrada de otra calzada que viene a dar de la tierra firme a esta otra, está un muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos estados con su petril almenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas. Y no tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen. Aquí me salieron a ver y hablar hasta mill hombres prencipales cibdadanos de la dicha cibdad, todos vestidos de una manera y hábito y, segúnd su costumbre, bien rico. Y llegados a me fablar, cada uno por sí facía en llegando a mí una cerimonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en tierra y la besaba, y así estuve esperando casi una hora fasta que cada uno ficiese su cerimonia. Y ya junto a la cibdad está una puente de madera de diez pasos de anchura y por allí está abierta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar y salir, porque crece y mengua y también por fortaleza de la cibdad, porque quitan y ponen unas vigas muy luengas y anchas de que la dicha puente está hecha todas las veces que quieren. Y déstas hay muchas por toda la ciudad, como adelante en la relación que de las cosas della faré Vuestra Alteza verá.

Pasada esta puente, nos salió a rescebir aquel señor Muteeçuma con fasta ducientos señores, todos descalzos y vestidos de otra librea o manera de ropa ansimismo bien rica a su uso y más que la de los otros. Y venían en dos procesiones muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha y muy fermosa y derecha, que de un cabo se paresce el otro y tiene dos tercios de legua y de la una parte y de la otra muy buenas y grandes casas ansí de aposentamientos como de mezquitas. Y el dicho Muteeçuma venía por medio de la calle con dos señores, el uno a la mano derecha y el otro a la izquierda, de los cuales el uno era aquel señor grande que dije que me había salido a fablar en las andas y el otro era su hermano del dicho Muteeçuma, señor de aquella cibdad de Yztapalapa de donde yo aquel día había partido, todos tres vestidos de una manera, expceto [que] el Muteeçuma iba calzado y los otros dos señores descalzos. Cada uno le llevaba de su brazo. Y como nos juntamos yo me apeé y le fui a abrazar solo, y aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no le tocase. Y ellos y él ficieron ansimismo cerimonia de besar la tierra, y hecha, mandó a aquel su hermano que venía con él que se quedase conmigo y me llevase por el brazo, y él con el otro se iba adelante de mí poquito tercho. Y después de me haber él fablado, vinieron ansimismo a me fablar todos los otros señores que iban en las dos procesiones en orden uno en pos de otro, y luego se tornaban a su procesión. Y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteeçuma quitéme un collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se lo eché al cuello. Y después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos collares de camarones envueltos en un paño que eran hechos de huesos de caracoles colorados que ellos tienen en mucho. Y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfición tan largos casi como un jeme, y como se los trujeron se volvió a mí y me los echó al cuello. Y tornó a seguir por la calle en la forma ya dicha fasta llegar a una muy grande y muy hermosa casa que él tenía para nos aposentar bien adreszada, y allí me tomó por la mano y me llevó a una grand sala que estaba frontero del patio por do entramos y allí me fizo sentar en un estrado muy rico que para él lo tenía mandado hacer. Y me dijo que le esperase allí y él se fue. Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro y plata y plumajes y con fasta cinco o seis mill piezas de ropa de algodón muy ricas y de diversas maneras tejida y labrada. Y después de me la haber dado, se sentó en otro estrado que luego le ficieron allí junto con el otro donde yo estaba, Y sentado, prepuso en esta manera:

“Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales della, sino estranjeros y venidos a ellas de partes muy estrañas. Y tenemos ansimesmo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y fechos pueblos donde vivían. Y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos rescebirle por señor, y así se volvió. Y siempre hemos tenido que los que dél descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos, y segúnd de la parte que vos decís que venís, que es hacia a do sale el sol, y las cosas que decís dese grand señor o rey que acá os invió, creemos y tenemos por cierto él ser nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros. Y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y ternemos por señor en lugar dese gran señor que decís, y que en ello no habrá falta ni engaño alguno. Y bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedescido y fecho. Y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos dello quisiéredes disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis tenido, que muy bien sé todos los que se os han ofrecido de Puntunchan acá. Y bien sé que los de Cempoal y de Tascaltecal os han dicho muchos males de mí. No creáis más de lo que por vuestros ojos viéredes, en especial de aquéllos que son mis enemigos. Y algunos dellos eran mis vasallos y hánseme rebellado con vuestra venida y por se favorescer con vos lo dicen, los cuales sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran ansimismo de oro y que yo que era y me facía Dios y otras muchas cosas. Las casas ya las veis que son de piedra y cal y tierra". Entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: "a mí veisme aquí que so de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable - asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo - . Ved cómo os han mentido. Verdad es que yo tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis ahuelos. Todo lo que yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes. Yo me voy a otras casas donde vivo. Aquí seréis proveído de todas las cosas nescesarias para vos y para vuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza".

Yo le respondí a todo lo que me dijo satisfaciendo a aquello que me paresció que convenía, en especial en hacerle creer que Vuestra Majestad era a quien ellos esperaban, y con esto se dispidió. E ido, fuimos muy bien proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otras cosas nescesarias, especialmente para el servicio del aposento. Y desta manera estuve seis días muy bien proveído de todo lo nescesario y vesitado de muchos de aquellos señores.

Ya, Muy Católico Señor, dije al principio désta cómo a la sazón que yo me partí de la villa de la Vera Cruz en demanda deste señor Muteeçuma dejé en ella ciento y cincuenta hombres para facer aquella fortaleza que dejaba comenzada. Y dije ansimismo cómo había dejado muchas villas y fortalezas de las comarcanas a aquella villa puestas debajo del real dominio de Vuestra Alteza y a los naturales della muy seguros y por ciertos vasallos de Vuestra Majestad. [Y acaesció] que estando en la cibdad de Churultecal rescebí letras del capitán que yo en mi lugar dejé en la dicha villa por las cuales me fizo saber cómo Qualpopoca, señor de aquella cibdad que se dice Almería, le había inviado a decir por sus mensajeros que él tenía deseo de ser vasallo de Vuestra Alteza, y que si fasta entonces no habia venido ni venía a dar la obidiencia que era obligado y a se ofrecer por tal vasallo de Vuestra Majestad con todas sus tierras la causa era que había de pasar por tierra de sus enemigos, y que temiendo ser dellos ofendido lo dejaba, pero que le inviase cuatro españoles que viniesen con él, porque aquéllos por cuya tierra había de pasar, sabiendo a lo que venía, no lo enojarían y que él vernía luego; y que el dicho capitán, creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le inviaba a decir y que ansí lo habían hecho otros muchos, le había inviado los dichos cuatro españoles, y que después que en su casa los tuvo los mandó matar por cierta manera como que paresciese que él no lo hacía, y que había muerto los dos dellos y los otros dos se habian escapado por unos montes, heridos; y que él había ido sobre la dicha cibdad de Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo y dos tiros de pólvora y con hasta ocho o diez mill indios de los amigos nuestros, y que había peleado con los naturales de la dicha cibdad y les habían muerto siete españoles y había tomado la dicha cibdad y muerto muchos de los naturales della y los demás echado fuera, y que la habían quemado y destruido porque los indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha deligencia; y que el dicho Qualpopoca, señor de la dicha cibdad, con otros señores sus aliados que en su favor habían venido allí se habían escapado huyendo, y que de algunos prisioneros que tomó en la dicha cibdad se había informado cúyos eran los que allí estaban en defensa della y la cabsa porque habían muerto a los españoles que él invió, la cual diz que fue que el dicho Muteeçuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros que allí habían venido como a sus vasallos que eran que salido yo de aquella villa de la Vera Cruz, fuesen sobre aquéllos que se le habían alzado y ofrescido al servicio de Vuestra Alteza y que tuviesen todas las formas que ser pudiese para matar los españoles que yo allí dejase porque no les ayudasen ni favoresciesen, y que a esta causa lo habían hecho.

Pasados, lnvitísimo Príncipe, seis días después que en la gran cibdad de Timixtitán entré y habiendo visto algunas cosas della - aunque pocas, segúnd las que hay que ver y notar - por aquellas me paresció y aun por lo que de la tierra había visto que convenía al real servicio de Vuestra Majestad y a nuestra seguridad que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a Vuestra Alteza - mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos y porque enojándose nos podría hacer mucho daño, y tanto que no hobiese memoria de nosotros, segúnd su gran poder - y también porque teniéndole conmigo todas las otras tierras que a él eran súbditas vernían más aína al conoscimiento y servicio de Vuestra Majestad, como después suscedió, determiné de lo prender y poner en el aposentamiento donde yo estaba, que era bien fuerte. Y porque en su prisión no hobiese algúnd escándalo ni alboroto, pensando todas las formas y maneras que para lo hacer sin éste debía tener, me acordé deloque el capitán que en la Vera Cruz había dejado me había escripto cerca de lo que había acaescído en la cíbdad de Almeria, segúnd que en el capítulo antes déste he dícho, y cómo se había sabido que todo lo allí suscedido había sido por mandado del dicho Muteeçuma. Y dejando buen recaudo en las encrucijadas de las calles, me fui a las casas del dicho Muteeçuma como otras veces había ido a le ver. Y después de le haber hablado en burlas y cosas de placer y de haberme él dado muchas joyas de oro y una hija suya y otras hijas de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo que en la cibdad de Nautecal o Almeria había acaescido y los españoles que en ella me habían muerto, y que Qualpopoca daba por desculpa que todo lo que había hecho había sido por su mandado y que, como su vasallo, no había podido facer otra cosa. Y porque yo creía que no era ansí como el dicho Qualpopoca decía, que antes era por se excusar de culpa, que me parescía que debía inviar por él y por los otros prencipales que en la muerte de aquellos españoles se habían hallado porque la verdad se supiese y que ellos fuesen castigados y Vuestra Majestad supiese su buena voluntad claramente, y en lugar de las mercedes que Vuestra Alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no provocasen a Vuestra Alteza a ira contra él por donde le mandase hacer daño, pues la verdad era al contrario de lo que aquellos decían y yo estaba dél bien satisfecho. Y luego a la hora mandó llamar ciertas personas de los suyos, a los cuales dio una figura de piedra pequeña a manera de sello que él tenía atado en el brazo y les mandó que fuesen a la dicha cibdad de Almería, que está sesenta o setenta leguas de la de Muxtitán, y que trajesen al dicho Qualpopoca y se informasen de los demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles y que ansimismo los trujesen; y que si por su voluntad no quisiesen venir, los trajesen presos, y si se pusiesen en resistir la presión, que requiriesen a ciertas comunidades comarcanas a aquella cibdad que allí les señaló para que fuesen con mano armada para los prender, por manera que no viniesen sin ellos. Los cuales luego se partieron, y así idos, le dije al dicho Muteeçuma que yo le agradescía la deligencia que ponía en la presión de aquellos, porque yo había de dar cuenta a Vuestra Alteza de aquellos españoles y que restaba para yo dalla que él estuviese en mi posada fasta tanto que la verdad más se aclarase y se supiese él ser sin culpa, y que le rogaba mucho que no rescibiese pena dello porque él no había de estar como preso sino en toda su libertad, y que en su servicio ni en el mando de su señorío yo no le pornía ningúnd impedimento; y que escogiese un cuarto de aquel aposento donde yo estaba cual él quisiese y que allí estaría muy a su placer, y que fuese cierto que ningúnd enojo ni pena se le había de dar, antes, demás de su servicio, los de mi compañía le servirían en todo lo que él mandase. Y cerca desto pasamos muchas pláticas y razones que serían largas para las escrebir y aun para dar cuenta dellas a Vuestra Alteza algo prolijas y también no sustanciales para el caso, y por tanto no diré más de que finalmente él dijo que le placía de se ir conmigo y mandó luego ir a adreszar el aposentamiento donde el quiso estar, el cual fue muy presto y muy bien adreszado. Y hecho esto, vinieron muchos señores, y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos y descalzos, traían unas andas no muy bien adreszadas. Y llorando, lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuemos hasta el aposento donde estaba sin haber alboroto en la cibdad aunque se comenzó a mover, pero sabido por el dicho Muteeçuma, invió a mandar que no lo hobiese, y así hobo toda quietud segúnd que antes la había y la hobo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Muteeçuma, porque él estaba muy a su placer y con todo su servicio segúnd en su casa lo tenía, que era bien grande y maravilloso, segúnd adelante diré, y yo y los de mi compañía le hacíamos todo el placer que a nosotros era posible.

Y habiendo pasado quince o veinte días de su presión vinieron aquellas personas que había inviado por Qualpopoca y los otros que habían muerto los españoles, y trajeron al dicho Qualpopoca y a un hijo suyo y con ellos quince personas que decían que eran prencipales y habían sido en la dicha muerte. Y al dicho Qualpopoca traían en unas andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era. Y traídos, me los entregaron, y yo los hice poner a buen recaudo con sus prisiones. Y después que confesaron haber muerto los españoles, los hice interrogar si ellos eran vasallos de Muteeçuma, y el dicho Qualpopoca respondió que si había otro señor de quien pudiese serlo, casi diciendo que no había otro y que sí eran. Y ansimesmo les pregunté si lo que allí se había hecho si había sido por su mandado y dijeron que no, aunque después, al tiempo que en ellos se ejecutó la sentencia que fuesen quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el dicho Muteeçuma gelo había inviado a mandar y que por su mandado lo habían fecho. Y ansí fueron éstos quemados prencipalmente en una plaza sin haber alboroto alguno. Y el día que se quemaron, porque confesaron que el dicho Muteeçuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le hice echar unos grillos de que él no rescibió poco espanto, aunque después de le haber fablado aquel día gelos quité y él quedó muy contento. Y de allí adelante siempre trabajé de le agradar y contentar en todo lo a mí posible, en especial que siempre publiqué y dije a todos los naturales de la tierrra, ansí señores como a los que a mí venían, que Vuestra Majestad era servido que el dicho Muteeçuma se estuviese en su señorío reconosciendo el que Vuestra Alteza sobre él tenía, y que servirían mucho a Vuestra Alteza en le obedescer y tener por señor como antes que yo a la tierra viniese le tenían. Y fue tanto el buen tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía, que algunas veces y muchas le acometí con su libertad rogándole que se fuese a su casa. Y me dijo todas las veces que gelo decía que él estaba bien allí y que no queria irse porque allí no le faltaba cosa de lo que él quería, como si en su casa estuviese, y que podría ser que yéndose y habiendo lugar, que los señores de la tierra, sus vasallos, le importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa contra su voluntad que fuese fuera del servicio de Vuestra Alteza; y que él tenía propuesto de servir a Vuestra Majestad en todo lo a él posible, y que hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer que él estaba bien allí, porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con respondelles que no estaba en su libertad se podría escusar y exemir dellos. Y muchas veces me pidió licencia para se ir a holgar y pasar tiempo a ciertas casas de placer que él tenía así fuera de la cibdad como dentro, y ninguna vez se la negué. Y fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera de la cibdad y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía. Y siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa así a los españoles que con él iban como a sus naturales, de los cuales iba siempre tan acompañado que cuando menos con él iban pasaban de tres mill hombres que los más dellos eran señores y personas prencipales, y siempre les hacía muchos banquetes y fiestas que los que con él iban tenían bien que contar.

Después que yo conoscí dél muy por entero tener mucho deseo al servicio de Vuestra Alteza, le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a Vuestra Majestad de las cosas desta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro. El cual con muy alegre voluntad, segúnd mostró, dijo que le placía, y luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió para cuatro provincias donde dijo que se sacaba. Y pidióme que le diese españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar, y asimismo yo le di a cada dos de los suyos otros dos españoles. Y los unos fueron a una provincia que se dice Çuçula, que es ochenta leguas de la grand cibdad de Temixtitán y los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Muteeçuma, y allí les mostraron tres ríos y de todos me trajeron muestra de oro y muy buena, aunque sacado con poco aparejo porque no tenían otros instrumentos más de aquél con que los indios lo sacan. Y en el camino pasaron tres provincias, segúnd los españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y cibdades y otras poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edeficios que dicen que en España no podrían ser mejores. En especial me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y mejor edificada que el castillo de Burgos. Y la gente de una destas provincias que se llama Tamayulapa era más vestida que estotra que habemos visto y, segúnd a ellos les paresció, de mucha razón. Los otros fueron a una provincia que se llama Malinaltebeque, que es otras setenta leguas de la dicha grand cibdad, que es más hacia la costa de la mar, y ansimesmo me trajeron muestra de oro de un río grande que por allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río arríba que es de una gente diferente de la lengua de Culúa a la cual llaman Tenis. Y el señor de aquella tierrra se llama Coatelicamat, y por tener su tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es subjeto al dicho Muteeçuma, y también porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas de veinte y cinco y treinta palmos. Y por no ser estos vasallos del dicho Muteeçuma los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin lo hacer saber prímero al señor della y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas del oro que tenían en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Muteeçuma, su señor, que lo hobiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Muteeçuma, no habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos. Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían solos o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen que les matarían, y que por los matar no consentían que los de Culúa entrasen con ellos. Y al fin se determinaron a entrar solos, y fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien rescebidos. Y les mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su presencia lo sacaron los indios. Y ellos me trajeron muestra de todos, y con los dichos españoles me invió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos con los cuales me invió a ofrecer su persona y tierra al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y me invió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen. Los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi en el mismo derecho hacia la mar doce leguas de la provincia de Malinaltebeque donde ya he dicho que se halló oro, y allí les mostraron otros dos ríos de donde ansimismo sacaron muestra de oro. Y porque allí, segúnd los españoles que allá fueron me informaron, hay mucho aparejo para facer estancias y para sacar oro, rogué al dicho Muteeçuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para ello más aparejada, ficiese hacer una estancia para Vuestra Majestad. Y puso en ello tanta deligencia que dende en dos meses que yo se lo dije estaban sembradas sesenta hanegas de maíz y diez de frisoles y dos mill pies de cacap, que es una fruta como almendras que ellos venden molida y tiénenla en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas nescesarias en los mercados y otras partes, y había hechas cuatro casas muy buenas en que en la una demás de los aposentamientos hicieron un estanque de agua y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho porque se aprovechan de la pluma dellos y los pelan cada año y facen sus ropas con ella, y pusieron fasta mill y quinientas gallinas sin otros adreszos de granjerías que muchas veces, juzgadas por los españoles que la vieron, la apreciaban en veinte mill pesos de oro. Ansimismo le rogué al dicho Muteeçuma que me dijese si en la costa de la mar había algúnd río o ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros, el cual me respondió que no lo sabía, pero que él me faría pintar toda la costa y ancones y ríos della, y que inviase yo españoles a los ver y que él me daría quién los guiase y fuese con ellos. Y ansí lo hizo, y otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en ella parescía un río que salía a la mar más abierto, segúnd la figura, que los otros, el cual parescía estar entre las sierras que dicen San Martín, y son tanto en un ancón por donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Maçamalco. Y me dijo que viese yo a quién quería inviar y que él proveería cómo se viese y supiese todo, y luego señalé diez hombres y entre ellos algunos pilotos y personas que sabían de la mar, y con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa desde el puerto de Calchilmeca que dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron por ella sesenta y tantas leguas que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas. Y así llegaron a la dicha provincia de Quacalcalco donde el dicho río está, y el señor de aquella provincia que se dice Tuchintecla los rescibió muy bien y les dio canoas para mirar el río, y hallaron en la entrada dél dos brazas y media largas en lo más bajo de bajar y subieron por el dicho río arriba doce leguas y lo más bajo que en él hallaron fueron cinco o seis brazas. Y segúnd lo que dél vieron, se cree que sube más de treinta leguas de aquella hondura y en la ribera dél hay muchas y grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi innumerablemente gente. Y los desta provincia no son vasallos ni súbditos a Muteeçuma, antes sus enemigos, y ansimesmo el señor della al tiempo que los españoles llegaron les invió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra porque eran sus enemigos, y cuando se volvieron los españoles a mí con esta relación invió con ellos ciertos mensajeros con los cuales me invió ciertas joyas de oro y cueros de tigres y plumajes y piedras y ropa. Y ellos me dijeron de su parte que había muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Puchunchan, que es el río de Grijalba, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaban entrar en su pueblo, y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallos de Vuestra Majestad; y que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra y me rogaba que le tuviese por amigo con tal condición que los de Culúa no entrasen en su tierra, y que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese servir Vuestra Alteza y que él daría dellas las que yo señalase en cada un año.

Como de los españoles que vinieron desta provincia me informé ser ella aparejada para poblar y del puerto que en ella habían hallado folgué mucho, porque después que en esta tierra salté siempre he trabajado de buscar puerto en la costa della tal que estuviese a propósito de poblar y jamás lo había hallado ni lo hay en toda la costa del río San Antón, que es junto al de Grisalba, fasta el de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles por mandado de Francisco de Garay fueron a poblar, de que adelante a Vuestra Alteza haré relación. Y para más me certificar de las cosas de aquella provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della y de las otras cosas nescesarias a la población, torné a inviar ciertas personas de las de mi compañía que tenían alguna espiriencia para alcanzar lo susodicho, los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había inviado y con algunas cosas que yo les di para él. Y llegados, fueron dél bien rescebidos y tornaron a ver y sondar el puerto y río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo, y de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que había todo lo nescesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy contento y con mucho deseo de servir a Vuestra Alteza. Y venidos con esta relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres para que fuesen a trazar y formar el pueblo y facer una fortaleza, porque el señor de aquella provincia se me había ofrescido de la facer y ansímismo todas las cosas que fuesen menester y le mandasen y aun hizo seis en el asiento que para el pueblo le señalaron y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra.

En los capítulos pasados, Muy Poderoso Señor, dije cómo al tiempo que yo iba a la grand cibdad de Temyxtitán me había salido al camino un grand señor que venía de parte de Muteeçuma. Y segúnd lo que después dél supe, él era muy cercano deudo del dicho Muteeçuma y tenía su señorío junto al del dicho Muteeçuma cuyo nombre era Haculuacan. Y la cabeza dél es una muy grand cibdad que está junto a esta laguna salada, que hay desde ella yendo en canoas por la dicha laguna hasta la dicha cibdad de Temyxtitán seis leguas y por la tierra diez, y llámase esta cibdad Tescucu y será de hasta treinta mill vecinos. Tienen señor en ella, muy maravillosas casas y mezquitas y oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados. Y demás desta cibdad tiene otras dos, la una a tres leguas désta de Tescucu que se llama Acuruman, y la otra a seis leguas que se dice Otumpa. Terná cada una déstas hasta tres mill o cuatro mill vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío [de] Haculuacan otras aldeas y alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas, y confina todo este señorío por la una parte con la provincia de Tascaltecal de que ya a Vuestra Majestad he dicho. Y este señor, que se dice Cacamacin, después de la presión de Muteeçuma se rebelló ansí contra el servicio de Vuestra Alteza, a quien se había ofrescido, como contra el dicho Muteeçuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido que veniese a obedescer los reales mandamientos de Vuestra Majestad nunca quiso, aunque demás de lo que yo le inviaba a requerir, el dicho Muteeçuma gelo inviaba a mandar. Antes respondía que si algo le querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el servicio que era obligado a hacer. Y segúnd yo me informé, tenía grand copia de gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones ni requirimientos yo no le pude atraer hablé al dicho Muteeçuma y le pedí su parescer de lo que debíamos facer para que aquél no quedase sin castigo de su rebelión, el cual me respondió que quererle tomar por guerra, que se ofrescía mucho peligro porque él era grand señor y tenía muchas fuerzas y gentes, y que no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente; pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamacin muchas personas prencipales que vivían con él y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen alguna de la gente del dicho Cacamacin a sí, y que atraída y estando seguros, que aquellos favorescerían nuestro partido y se podrían prender seguramente. Y así fue, que el dicho Muteeçuma fizo sus conciertos de tal manera que aquellas personas atrajeron al dicho Cacamacín a que se juntase con ellos en la dicha cibdad de Tescuco para dar orden en las cosas que convenían a su estado como personas prencipales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde se perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamaçin que está junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada que por debajo della navegan las canoas y salen a la dicha laguna. Allí secretamente tenían adreszadas ciertas canoas con mucha gente apercebida para que si el dicho Cacamaçin quisiese resistir la prísión. Y estando en la consulta, lo tomaron todos aquellos prencipales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamaçin y lo metieron en aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a la gran cibdad que, como yo dije, está seis leguas de allí. Y llegados, lo pusieron en unas andas como su estado requería o lo acostumbraban y me lo trujeron, al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. Y tomado el parescer de Muteeçuma, puse en nombre de Vuestra Alteza en aquel señorío a un hijo suyo que se decía Cocuzcaçin, al cual hice que todas las comunidades y señores de la dicha provincia le obedesciesen por señor fasta tanto que Vuestra Alteza fuese servido de otra cosa. Y así se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedescieron por señor como al dicho Cacamaçin y él fue obidiente en todo lo que yo de parte de Vuestra Majestad le mandaba.

Pasados algunos pocos días después de la presión deste Cacamacin, el dicho Muteeçuma fizo llamamiento y congregación de todos los señores de las cibdades y tierras allí comarcanas. Y juntos, me invió a decir que subiese adonde él estaba con ellos. Y llegado yo, les habló en esta manera:

"Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos. Y siempre dellos habéis sido muy bien tratados y honrados, y vosotros ansimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores. Y también creo que de vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros no somos naturales desta tierra, y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella los dejó cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende a mucho tiempo y halló que nuestros abuelos estaban ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las mujeres desta tierra y tenían mucha multiplicación de fijos, por manera que no quisieron volverse con él ni menos lo quisieron rescebir por señor de la tierra, y se volvió y dejó dicho que tornaría o inviaría con tal poder que los pudiese costriñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado, y segúnd las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le invió acá y segúnd la parte de donde él dice que viene, tengo por cierto, y ansí lo debéis vosotros tener, que aquéste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros. Y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses, porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos os es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedescido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este grand rey pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su capitán. Y todos los atributos y servicios que fasta aquí a mí me hacíades los haced y dad a él, porque yo ansimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare, y demás de facer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer".

Lo cual todo les dijo llorando con las mayores lágrimas y sospiros que un hombre podía magnifestar, y ansimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto que en grand rato no le pudieron responder. Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que no había tal de los españoles que oyesen el razonamiento que no hobiese mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase, y que por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre ellos se daban por vasallos de Vuestra Alteza. Y desde allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de Vuestra Majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben facer, y de acudir con todos los tributos y servicios que antes al dicho Muteeçuma hacían y eran obligados y con todo lo demás que les fuese mandado en nombre de Vuestra Alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó por abto en forma y yo lo pedí ansí por testimonio en presencia de muchos españoles.

Pasado este abto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de Vuestra Majestad, hablé un día al dicho Muteeçuma y le dije que Vuestra Alteza tenía nescesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer, que le rogaba que inviase algunas personas de los suyos y que yo inviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrescido a les rogar que de lo que ellos tenían serviesen a Vuestra Majestad con alguna parte, porque demás de la nescesidad que Vuestra Alteza tenía, parescería que ellos comenzaban a servir y Vuestra Alteza temía más conceto de las voluntades que a su servicio mostraban, y que él ansimesmo me diese de lo que tenía porque lo quería inviar como el oro y como las otras cosas que había inviado a Vuestra Majestad con los pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería inviar, y de dos en dos y de cinco en cinco los repartió para muchas provincias y cibdades cuyos nombres por se haber perdido las escripturas no me acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas dellas están a ochenta y a cient leguas de la dicha grand cibdad de Temixtitán. Y con ellos invió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y cibdades y les dijesen cómo yo mandaba que cada uno dellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo, que todos aquellos señores a que él invió dieron muy complidamente lo que se les pidió, ansí en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir cupo a Vuestra Majestad del quinto treinta y dos mill y cuatrocientos y tantos pesos de oro sin todas las joyas de oro y plata y plumaje y piedras y otras muchas cosas de valor que para Vuestra Sacra Majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cient mil ducados y más suma, las cuales, demás de su valor eran tales y tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza no ternían precio ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a Vuestra Alteza fabuloso lo que dígo, pues es verdad que todas las cosas críadas ansí en la tierra como en la mar de que el dicho Muteeçuma pudiese tener conoscimiento tenía contrahechas muy al natural así de oro y de plata como de pedrería y de plumas en tanta perfición que casi ellas mesmas parescían, de las cuales todas me dio para Vuestra Alteza mucha parte sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrahacer. Cupieron ansimismo a Vuestra Alteza del quinto de la plata que se hobo ciento y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes y pequeños y escudillas y tazas y cuchares, y lo labraron tan perfeto como gelo podíamos dar a entender. Demás desto me dio el dicho Muteeçuma mucha ropa de la suya, que era tal, que considerada ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podia hacer ni tejer otra tal ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores, en que había ropas de hombres y de mujeres muy maravillosas. Y había paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar, y había otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias. Había colchas y cobertores de camas ansí de pluma como de algodón de diversas colores ansimesmo muy maravillosas, y otras muchas cosas que por ser tantas y tales no las sé significar a Vuestra Majestad. También me dio una docena de cerbatanas de las con que él tiraba que tampoco no sabré decir a Vuestra Alteza su perfición, porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfetos matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas un camiel de red de oro para los bodoques que también me dijo que me había de dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas cuyo número es casi infinito. Porque para dar cuenta, Muy Poderoso Señor, a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, estrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitán y del señorío y servicio deste Muteeçuma, señor della, y de los rítos y costumbres que esta gente tiene y de la orden que en la gobernación así desta cibdad como de las otras que eran deste señor hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cient partes una de las que dellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender. Pero puede Vuestra Majestad ser cierto que si alguna falta en mi relación hobiere que será antes por corto que por largo, ansí en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a Vuestra Alteza, porque me parescia justo a mi príncipe y señor decir muy claramente la verdad sin interpolar cosas que la diminuyan y acrecienten.

Antes que comience a relatar las cosas desta grand cibdad e las otras que en este otro capítulo dije, me paresce para que mejor se puedan entender que débese decir la manera de Mésyco, que es donde esta cibdad y algunas de las otras que he fecho relación están fundadas y donde está el señorío prencipal deste Muteeçuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano della terná en torno fasta setenta leguas. Y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo porque tienen ambas en torno más de cincuenta leguas, y la una destas dos lagunas es de agua dulce y la otra, que es mayor, es de agua salada. Divídelas por una parte una cordillera pequeña de cerros muy altos que están en medio desta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace, el cual estrecho terná un tiro de ballesta. Y por entre la una laguna y la otra y las cibdades y otras poblaciones que están en las dichas lagunas contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin haber nescesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas segúnd hace la mar, todas las crecientes corre el agua della a la otra dulce tan recio como si fuese caudal río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada.

Esta grand cibdad de Temixtitán está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha cibdad por cualquier parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas. Tiene cuatro entradas todas de calzada hecha a mano tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y algunas déstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y muy bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales desta cibdad quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las puentes de las entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di mucha priesa en hacer cuatro bergantines, y los fice en muy breve tiempo tales que podían echar trecientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. Tiene esta cibdad muchas plazas donde hay contino mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de sesenta mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillo, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatas, tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones, gavilanes y cernícalos. Y de algunas destas aves de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios donde hay todas las raíces y hierbas mede cinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medecinas hechas, ansí potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman en Castilla ganapanes para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas y otras más delgadas para asiento y para esteras [de] salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden. Haya vender muchas maneras de filados de algodón de todas colores en sus madejicas, que paresce propiamente alcacería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores cuantas se pueden hallar en España y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él, teñidos blancos y de diversas colores. Venden mucha loza en grand manera muy buena. Venden muchas vasijas y tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la tierra, que demás de las que he dicho son tantas y de tantas calidades que por la prolijidad y por no me ocurrír tantas a la memoría y aun por no saber poner los nombres no las expreso. Cada género de mercaduría se vende en su calle sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se vende por cuenta y medida, exceto que fasta agora no se ha visto vender cosa alguna por peso. Hay en esta grand plaza una grand casa como de abdiencia donde están siempre sentados diez o doce personas que son jueces y libran los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan contino entre la gente mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa.

Hay en esta grand cibdad muchas mesquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edeficios por las collaciones y barrios della. Y en las prencipales della hay personas religiosas de su seta que residen continuamente en ellas, para los cuales demás de las casas donde tienen los ídolos hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca cortan el cabello ni lo peinan desque entran en la religión hasta que salen, y todos los fijos de los señores prencipales, ansí señores como cibdadanos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete años u ocho hasta que los sacan para los casar, y esto más acaesce en los primogénitos que han de heredar las casas que en los otros. No tienen aceso a mujer ni entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros. Y entre estas mezquitas hay una que es la prencipal que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza e particularidades della, porque es tan grande que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien facer una villa de quinientos vecinos. Tiene dentro deste circuito toda a la redonda muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas e corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para sobir al cuerpo de la torre. La más prencipal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas así de cantería como de madera que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de mazonería y muy pintado de cosas de mostruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo a que tienen devoción.

Hay tres salas dentro desta grand mesquita donde están los prencipales ídolos de maravillosa grandeza y altura y de muchas labores y figuras esculpidas así en la cantería como en el maderamiento. Y dentro destas salas están otras capillas que las puertas por do entran a ellas son muy pequeñas y ellas asimismo no tienen claridad alguna. Y allí no están sino aquellos religiosos, y no todos, y dentro déstas están los bultos y figuras de los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos. Los más prencipales destos ídolos y en quien ellos más fee y creencia tenían derroqué de sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo y fice limpiar aquellas capillas donde los tenían porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ella imágenes de Nuestra Señora y de otros santos que no poco el dicho Muteeçuma y los naturales sintieron, los cuales primero me dijeron que no lo hiciese porque si se sabía por las comunidades se levantarían contra mí, porque tenían que aquellos ídolos les daban todos los bienes temporales y que dejándolos maltratar, se enojarían y no les darían nada y les secarían los frutos de la tierra y muriría la gente de hambre. Yo les hice entender con las lenguas cúan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos que eran hechos por sus manos de cosas no limpias, y que habían de saber que había un solo Dios universal señor de todos, el cual había criado el cielo y la tierra y todas las cosas y que hizo a ellos y a nosotros, y que éste era sin principio e inmortal y que a él habían de adorar y creer, y no a otra criatura ni cosa alguna. Y les dije todo lo demás que yo en este caso supe para los desviar de sus idolatrías y atraer al conoscimiento de Dios Nuestro Señor. Y todos, en especial el dicho Muteeçuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales desta tierra y que había muchos tiempos que sus predecesores habían venido a ella; y que bien creían que podían estar errados en algo de aquello que tenían por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido sabría las cosas que debían tener y creer mejor que no ellos, que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Muteeçuma y muchos de los prencipales de la dicha cibdad estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante. Y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos como acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, Vuestra Sacra Majestad por sus leyes lo prohibe y manda que el que matare lo maten. Y de ahí adelante se apartaron dello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha cibdad nunca se vio matar ni sacrificar alguna criatura.

Los bultos y cuerpos de los ídolos en quien estas gentes creen son de muy mayores estaturas que el cuerpo de un grand hombre. Son hechos de masa de todas las semillas de legumbres que ellos comen molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con sangre de corazones de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos vivos y les sacan el corazón y de aquella sangre que sale dél amasan aquella harina, y así hacen tanta cantidad cuanta basta para facer aquellas estatuas grandes. Y también, después de hechas, les ofrecían más corazones que ansimesmo les sacrifican y les untan las caras con la sangre. A cada cosa tienen su ídolo dedicado al uso de los gentiles que antiguamente honraban sus dioses, por manera que para pedir favor para la guerra tienen un ídolo y para sus labranzas otro, y así para cada cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien tienen sus ídolos a quien honran y sirven.

Hay en esta grand cibdad muchas casas muy buenas y muy grandes. Y la causa de haber tantas casas prencipales es que todos los señores de la tierra vasallos del dicho Muteeçuma tienen sus casas en la dicha cibdad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás desto hay en ella muchos cibdadanos ricos que tienen ansimismo muy buenas casas. Todos ellos demás de tener muy grandes y buenos aposentos tienen muy gentiles vergeles de flores de diversas maneras ansí en los aposentamientos altos como bajos.

Por la una calzada que a esta grand cibdad entra vienen dos caños de argamasa tan anchos como dos pasos cada uno y tan altos casi como un estado. Y por el uno dellos viene un golpe de agua dulce muy buena de gordor de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo de la cibdad, de que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia. Y porque el agua ha de pasar por las puentes a causa de las quebradas por do atraviesa el agua salada echan la dulce por unas canales tan gruesas como un buey que son de la longura de las dichas puentes, y ansí se sirve toda la cibdad. Traen a vender el agua por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño es que llegan las canoas debajo de las puentes por do están las canales y de allí hay hombres en lo alto que hinchen las canoas, y les pagan por ello su trabajo. En todas las entradas de la cibdad y en las partes donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los mantenimientos que entran en la cibdad, hay chozas hechas donde están personas por guardas y que resciben certun quid de cada cosa que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la cibdad porque hasta agora no lo he alcanzado, pero creo que para el señor, porque en otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor dellas.

Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha cibdad todos los días muchas personas, trabajadores y maestros de todos oficios esperando quien los alquile por sus jornales. La gente desta cibdad es de más manera y primor en su vestir y servicio que no la otra destas otras provincias y cibdades, porque como allí estaba siempre este señor Muteeçuma y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la cibdad había en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas desta grand cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas.

En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de admiración que tenía por grandeza y estado hay tanto que escrebir que certifico a Vuestra Alteza que yo no sé por dó comenzar que pueda acabar de decir alguna parte dellas. Porque, como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrafechas de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto; y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente? El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte ducientas leguas de un cabo y de otro de aquella su grand cibdad inviaba sus mensajeros que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero [por] lo que se alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es el río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que había desde la gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las ciento y cincuenta yo he fecho andar y ver a los españoles. Todos los más de los señores destas tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos primogénitos en el servicio del dicho Muteeçuma. En todos los señoríos destos señores tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen carateres y figuras escriptas en el papel que facen por donde se entienden. Cada una destas provincias servía con su género de servicio segúnd la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Y era tan temido de todos, así presentes como absentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más.

Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas como se podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y tan maravillosas que me parescería casi imposible poder decir la bondad y grandeza dellas, y por tanto no me porné a expresar cosa dellas más de que en España no hay su semejable. Tenía una casa poco menos buena que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de jaspe muy bien obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y para las aves que se crían en la mar eran los estanques de agua salada y para las de ríos lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y la tornaban a henchir con sus caños. Y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían, de forma que a las que comían pescado gelo daban; y a las que gusanos, gusanos; ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que se toma en la laguna salada. Había para tener cargo destas aves trecientos hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanques de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand patio losado de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes como seis pasos en cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía encima una red de palo muy bien hecha. Y en cada una de estas casas había una ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta águila todas cuantas se hallan en España y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados, y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros trecientos hombres que tenían cargo dellos. Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y contrechos y otros con otras disformidades, y cada una manera de mostruos en su cuarto por sí, y también había para éstos personas dedicadas para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades.

La manera de su servicio era que todos los días luego en amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y personas prencipales, los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores déstos y personas de quien se acompañaban hinchían dos o tres grandes otros patios y la calle, que era muy grande, y éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores tan complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente déstos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de cómo le daban de comer es que venían trecientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía o cenaba le traían de todas las maneras de manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían debajo de cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa porque no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una grand sala en que él comía que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia, y él estaba sentado en una almohada de cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él daba de lo que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era nescesario para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos, y con la tuvalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos.

Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante dél algunos que él inviaba a llamar llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la cara, que parescía desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban, y todos los demás se prostraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en la mano y llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más espacio del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor memoria para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningúnd señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia no creo que tantas ni tales cerimonias en su servicio tengan.

En esta grand cibdad estuve proveyendo las cosas que parescía que convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y pacificando y atrayendo a él muchas provincias y tierras pobladas de muy grandes y muchas cibdades y villas y fortalezas, y descubriendo minas y sabiendo e inquiriendo muchos secretos de las tierras del señorío deste Muteeçuma como de otras que con él confinaban y él tenía noticia, que son tantas y tan maravillosas que son casi increíbles. Y todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Muteeçuma y de todos los naturales de las dichas tierras como si de ab iniçio hobieran conoscido a Vuestra Sacra Majestad por su rey y señor natural, y no con menos voluntad hacían las cosas que en su real nombre les mandaba. En las cuales dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de Vuestra Alteza gasté de ocho de noviembre de mill y quinientos y diez y nueve hasta entrante el mes de mayo deste año presente, que estando en toda quietud y sosiego en esta dicha cibdad, teniendo repartidos muchos de los españoles por muchas y diversas partes pacificando y poblando esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a Vuestra Majestad había hecho desta tierra para con ellos inviar la que agora envío y todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para Vuestra Alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta tierra, vasallos del dicho Muteeçuma de los que en la costa del mar moran, y me dijeron cómo junto a las sierras de Sant Martín, que son en la dicha costa antes del puerto o bahía de Sant Juan, habían llegado diez y ocho navíos, y que no sabían quién eran porque ansí como los vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber. Y tras estos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que creía que era la nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad porque ya era tiempo que viniese, y que para más certificarse él quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para se informar della, y que luego vernía a me traer la relación. Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro porque no errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa de la Vera Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para que de allá ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al capitán que con los ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el pueblo de la provincia y pueblo de Quacucalco, al cual escrebí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos. El cual, según después paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba poco espantado.

Y pasados estos quince días vinieron otros indios, asimesmo vasallos del dicho Muteeçuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de Sant Juan y la gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo traían figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteeçuma y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaban venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de inviar un religioso que yo traje en mi compañía con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en la dicha cibdad, las cuales iban derigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado haciéndole saber muy por estenso lo que en esta tierra me había suscedido y cómo tenía muchas cibdades y villas y fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al real servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el oro y joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación desta tierra a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de Vuestra Alteza me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás o si traían alguna nescesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese; y que si eran de fuera de los reinos de Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si traían alguna nescesidad porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les requería de parte de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra ellos con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor.

Y partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la cibdad de Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa. De los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba era de Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros; y que venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego Velázquez y que para ello traía provisiones de Vuestra Majestad, y que los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en la costa tenía estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir. El cual se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y ansimismo de la gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en una provincia treinta leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en la tierra había fecho en servicio de Vuestra Alteza y las cibdades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del oro y joyas que en la tierra se había habido, y se había informado dellos de todas las otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado el dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de cient cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban inviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen y prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho Diego Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los que lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venian dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán que era un Juan Velázquez de León, el cual me hacia saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una carta que el dicho Narváez le había inviado con un indio como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, que luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que complía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía. El cual dicho capitán, como más obligado al servicio de Vuestra Majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía, mas aun luego se partió después de me haber inviado la carta para se venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. Y después de me haber informado de aquel clérigo y de los otros dos que con él venían de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados. Y supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de Vuestra Alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de los dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina ya que quería pasar, y que allí le requeríó a él y a todos los que en la dicha armada venían que no viniesen porque dello Vuestra Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso muchas penas, las cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se siguía, porque a él y a todos era notorío el mal propósito y voluntad con que la dicha armada venía.

Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido cómo él era el capitán de la gente que aquella armada traía, y que holgaba que fuese él, porque tenía otro pensamiento veyendo que los mensajeros que yo había inviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque creía que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más deseaba; e inviar como había inviado sobornadores y carta de inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de Vuestra Majestad para que se levantasen contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores; y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y que por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de Vuestra Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo esta tierra de Vuestra Majestad y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos recibido puesto que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad; las cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían obedescidos como cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y complidas en cuanto al real servicio de Vuestra Majestad conviniese, porque yo estaba en aquella cibdad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas así de lo de Vuestra Alteza como de los de mi compañía y mío, lo cual yo no osaba dejar con temor que salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida aquélla, era perdida toda la tierra. Y ansimismo di al dicho clérígo una carta para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al tiempo que el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e inviado preso con dos navíos.

El día que el dicho clérigo se partió me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la cibdad de Cempoal y su partido; y que ninguno dellos quería venir a servir a la dicha villa así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos tiros e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que también me hacían saber que eran informados de los dichos indios que el dicho Narváez se venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa, y que creían, segúnd eran informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí vernía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo se sobían a la sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo nuestro, y que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que hiciesen.

Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parescióme que con ir yo donde él estaba se apaciguaría mucho porque viéndome los indios presente no se osarían levantar, y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo tan gran mal como se comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas prencipales de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me partiese hice muchos razonamientos diciéndole que mirase que él era vasallo de Vuestra Alteza y que agora había de recebir mercedes de Vuestra Majestad por los servicios que le había hecho; y que aquellos españoles le dejaba encomendados con todo aquel oro y joyas que él me había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a aquella gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala gente y no vasallos de Vuestra Alteza. Y él me prometió de los hacer proveer todo lo nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba puesto para Vuestra Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester; y que me rogaba si aquella fuese gente mala que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por ello Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a la sazón.

Y en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan Velázquez, capitán que, como he dicho, inviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos, que invié a la cibdad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante desta cibdad de Churultecal topé a aquel padre religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a saber qué gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese donde él estaba a las obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una villa y alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Aylón y a su escríbano y alguacil y los habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían acometido con partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de ciertos indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de caballo y soltar el artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra a fin de atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso: "mírad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos". Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez un señor natural desta tierra vasallo del dicho Muteeçuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hasta la costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había fablado de parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que había despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y enviado a le decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra, y que él no quería oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales della en su libertad; finalmente, que supe que su intención era de se aposisionar en la tierra por su abtorídad, sin pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el daño y deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que me dijeron el grand poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi compañía que venían señalados que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de me acercar más a él, creyendo por bien hacerle conoscer el gran deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía. Y así siguí mi camino, y quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera Cruz habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Aylón había escripto y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que ansimismo vino con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener por capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y mantenimientos que él traía los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner impedimento en cosa alguna. Y el uno de los clérígos me dijo que así venía capitulado del dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por donde le debiese entregar la tierra, y que si alguna traía, que la presentase ante mí y ante el cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd orden y costumbre de España, y que yo estaba presto de la obedescer y cumplir; y que hasta tanto por ningúnd interese ni partido haría lo que él decía, antes yo y los que conmigo estaban moreríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra Majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey. Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y ninguno quise aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo debiese hacer, la cual nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos clérígos y el dicho Andrés de Duero y yo quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones si algunas traía, y que yo respondiese. Y yo de mi parte envié el seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su nombre, el cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo era su fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la traición me vino juntamente con el seguro que me inviaban. Lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a los terceros diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado, y luego les invié ciertos requirimientos y mandamientos por el cual requiría al dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza tenía, me las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que para ello le impuse. Y ansimesmo mandaba y mandé por el dicho mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban que no tuviesen ni obedescieen al dicho Narváez por tal capitán ni justicia, antes dentro de cierto término que en dicho mandamiento señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían facer en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y malos vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no pertenescían ni dellas ha abción ni derecho competente; y que para la ejecución desto, no paresciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos a los prender y castigar conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del dicho Narváez fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban, los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo invié a saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y a amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos.

Y visto que por ninguna vía yo podía escusar tan grand daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar usurpar a mí y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta hombres y les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro de pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le ayudar si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y el día que el dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo denuestra ida y salió al campo con ochenta de caballo y cuatrocientos peones sin los demás que dejó en su aposento, que era la mesquita mayor de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi una legua de donde yo estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento, teniendo aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el menos yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al aposento del dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos muy bien, y prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo, porque los demás querían obedescer a la justicia, en especial que los demás dellos venían por fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina tenían. Y así fue que el día de Pascua de Espírítu Santo poco más de media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé las dichas espías que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante llevaba prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no llegase antes que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora, y cuando llegué al dicho Narváez ya todos los de su compañía estaban armados y ensillados sus caballos y muy a punto, y velaban cada cuarto ducientos hombres. Y llegamos tan sin ruido que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta. Y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el dicho Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni fizo daño ninguno. Y así se subió la torre fasta donde el dicho Narváez tenía su cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con él subieron. Puesto que muchas veces le requirió que se diese a presión por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de hombres más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obidientes a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo que fasta allí habían sido engañados porque les habían dicho que traían provisiones de Vuestra Alteza y que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a Vuestra Majestad y les habían hecho entender otras muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y cómo se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres porque así Dios lo había fecho y proveído. Porque certifico a Vuestra Majestad que si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi compañía porque no hobiese quien del fecho diese razón. Y segúnd de los indios yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos dellos y de los de mi compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a los que yo en la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y darían sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen libres y de los españoles no quedase memoria. Y puede Vuestra Alteza ser muy cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que estaba ganada y pacífica.

Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella cíbdad no se podía sostener tanta gente junta - mayormente que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado y los vecinos della estaban absentes y sus casas solas - despaché dos capitanes con cada ducientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Qucicacalco que, como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a hacer, y el otro a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían visto, porque ya lo tenía seguro. Y ansimismo invié otros ducientos hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el dicho Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha cibdad para proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y despaché un mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a los españoles que allí había dejado lo que me había subcedido, el cual dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado en que me hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas las partes della y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas, y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Muteeçuma no mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad y que por amor de Dios los socorríese a mucha príesa. Y vista la nescesidad en que estos españoles estaban, y quesi no los socorría demás de los matar los indios y perderse todo el oro y plata y joyas que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza como de españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que estaba ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y luego despaché mensajeros a los capitanes que había inviado con la gente haciéndoles saber lo que me habían escripto de la grand cibdad, para que luego dondequiera que los alcanzasen volviesen y por el camino prencipal y más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía, y con toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos. Y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la dicha cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona del dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba alborotada y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo que los españoles que en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos se podrían aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recabdo que pude hasta que llegué a la cibdad de Tesuacan, que, como ya he hecho relación a Vuestra Majestad, está en la costa de aquella grand laguna. Y allí pregunté a algunos de los naturales della por los españoles que en la grand cibdad habían quedado, los cuales me dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa porque quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo prencipal, porque los señores y prencipales della de quien yo tenía noticia no parescía ninguno. Y él mandó traer la canoa e invió ciertos indios con el español que yo inviaba y se quedó conmigo. Y estándose embarcando este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitán vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto, y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha cibdad de quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les dejaban salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían menester sino por mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida habían sabido lo hacían algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma decía que no esperaba sino a que yo fuese para que luego tornasen a andar por la cibdad como antes solían. Y con el dicho español me invió el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía que ya creía que debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento. Y me invió a decir otras cosas para me aplacar la ira que el creía que yo traía por lo acaescido y que me fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba, porque no menos se haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo le invié a decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo.

Y otro día siguiente, que fue víspra de San Juan Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas de la dicha grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y algunas puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas que no me paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían fecho y que entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la fortaleza, en la cual y en aquella mesquita mayor que estaba junto a ella se aposentó toda la gente que conmigo venía. Y los que estaban en la fortaleza nos rescibieron con tanta alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo estaba pacífico. Y otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de la Vera Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió dende a media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los indios de la cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas, y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes que ni las calles ni azoteas se parescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo las llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte salió un capitán con ducientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hiriéronle a él y a muchos de los otros, y por la parte que yo andaba me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos dellos porque se nos acogían de la otra parte de las puentes, y de las azoteas y tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos algunas y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos para gelas tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes nos pusieron fuego, y por la una se quemó mucha parte della sin la poder remediar hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora nos entraran a escala vista sin los poder resistir. Ansí estuvimos peleando todo aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun en ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los heridos, que eran más de ochenta.

Y luego que fue de día ya la gente de los enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían nescesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece falconetes sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parescía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no parescía que hacían daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran tantos que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aun les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos hasta que fue noche, que de cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y viendo el grande daño que los enemigos nos hacian y cómo nos herían y mataban a su salvo, y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos por ser tantos no se parescía, toda aquella noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera. Y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban de las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas y derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto que estos arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Muteeçuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo con otros muchos señores que al prencipio se habían tomado, dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice sacar, y en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos en la cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la gente. Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra, y muy más recia y muy cruda de cada día.

Y este día llamaron por aquella parte por donde habían herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que me querían hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello tenían, y que mirasen las buenas obras que de mí habían rescebido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera que creyese que habían de morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd paresció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer al salir de la cibdad entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del daño que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan buena cibdad como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de me dar guerra fasta que saliese de la ciudad.

Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros y más de tres mill indios de los naturales de Tescaltecal que habían venido conmigo y servían a los españoles. Y llegados a una puente, posimos los ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escalas que llevábamos para las subir. Y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en la torre más alta y más prencipal della se subieron fasta quinientos indios que, segúnd paresció, eran personas prencipales, y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas con unos hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque estaba muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorescidos a cabsa de no les haber podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían rodando, y herían mucha gente y los que de las otras partes los vían cobraban tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor. Y yo viendo que si aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me habían dado, y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se podía muy bien hacer, aunque los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales por favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles, y puesto que nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre, por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue forzado saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan anchas como un paso - y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como tres estados - y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que rescebían de la caída los españoles que estaban abajo alderredor de la torre los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente que estuvimos más de tres horas en los acabar de matar por manera que murieron todos, que ninguno escapó. Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue tanto ganalles esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte dellos para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las otras que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en mucha manera. Y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron, y les dije que mirasen que no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho daño y que murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que murian muchos dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar; y que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenían hecha cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de los nuestros nos acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos muchos; y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la cibdad eran deshechas - como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho excepto una - y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua, y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón, que aunque no tuviéramos otra guerra sino la hambre y nescesidad de mantenimientos bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoresciendo cada uno sus partidos.

Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más de trecientas casas, y luego volví por otra ya que allí acudía la gente y ansimesmo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza de donde nos hacían mucho daño. Y con lo que aquella noche se les hizo rescibieron mucho temor, y en esta mesma noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día antes nos habían desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí en amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado, donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra firme aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y hondas y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro. Y se quemaron todas las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas, aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y ballestas no les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas, aunque todo no fuera tan sin peligro que no hiriesen a los españoles. Aquella noche puse mucho recabdo en guardar aquellas puentes porque no las tomasen a ganar. Y otro día de mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena dicha y vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos todas y las cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y vitoria hasta la tierra firme. Y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas cegar viniéronme a llamar a mucha priesa, diciendo que los indios que combatían la fortaleza pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos. Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de caballo a ver lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y servirían a Vuestra Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que ficiese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella relisión, el cual vino y les habló y dio concierto entre ellos y mí, y luego paresció que inviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos. Y yo metíme a la fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me decir que los indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles, de que Dios sabe cuánta alteración rescebí, porque yo no pensé que había más de hacer con tener ganada la salida. Y cabalgué a la mayor priesa que pude y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance dellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió, a cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver las hallé tomadas y ahondadas mucho de lo que habíamos cegado, y por la una parte y por la otra de la calzada llena de gente ansí en la tierra como en el agua en canoas, la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios mistiriosamente no nos quisiera salvar era imposible escapar de allí, y aun ya era público entre los que quedaban en la cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos en ella y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente desembarazada y pasé aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo. Y allí me dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo y él bien armados no nos hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las otras cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que levaba cuarenta hombres.

Y viendo el grand peligro que en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo el oro y joyas de Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué en ciertos líos a los oficiales de Vuestra Alteza que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la otra gente que allí estaba les rogué y requerí que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. Y desamparada la fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteeçuma y a Cacamacin, señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra. Y yo pasé presto con cinco de caballo y con cient peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente en la delantera torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente y que eran sin comparación el daño que los nuestros rescebían, ansí los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el artillería. Y recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo con tres o cuatro de caballo y fasta veinte peones que osaron quedar conmigo me fui en la rezaga peleando con los indios fasta llegar a una cibdad que se dice Tacuba que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas y apedreado, porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su salvo sin temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían.

Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga, y no menos peleaban ansí en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la gran cibdad. Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di príesa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha cibdad y tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y esperé en unas labranzas. Y cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido algúnd daño y que habían muerto algunos españoles xxx allí tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto que ellos muchas veces gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos querían servir a Vuestra Alteza y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito y agora ansimesmo lo era; y que me rogaban que tuviese por bien que aquél suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese que no consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo rescebirían. Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y decían que la causa de su rebellión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo en nombre de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro pasado y los rescibía y admitía a su real servicio; y que les apercebía que si otra vez semejante yerro cometiesen serían punidos y castigados, y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen serían de mí en su real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron.

Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos dos tiros de ballesta el uno del otro que cada uno tiene muy altos y grandes barrancos, y tanto que para la cibdad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan alto como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca que encabalga el un lienzo en el otro, y hacia aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta cibdad de hasta cinco o seis mill vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros tantos y más. Tiene muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas y frutas y olores a su costumbre.

Y después de haber reposado en esta dicha cibdad tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha cibdad y otras villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteeçuma. E iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de Vuestra Majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de verdad había más de ciento veinte mill hombres. Y llegamos sobre la dicha cibdad de Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy bien adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo a defender su cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. Y seguimoslos por toda la cibdad hasta que los hecimos saltar por cima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes. Y nos detuvimos algo en pasar y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié dos de los naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciesen volver a su cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra Majestad que siendo ellos leales vasallos de Vuestra Alteza de allí adelante serían de mí muy bien tratados y perdonados de rebelión y yerro pasado. Y los dichos naturales fueron, y de ahí a tres días vinieron algunas personas prencipales y pidieron perdón de su yerro diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que su señor les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente. Y yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen ansimesmo a los naturales dellas para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque rescibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados con los de Buacachula.

Porque hobo cierta diferencia sobre a quien pertenescía el señorío de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por absencia del que se había ido a Mésyco, y puesto que hobo algunas contradiciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y puesto el que a la sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío aquel hijo del señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí; y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor. Y así quedó, y obedescieron en mi presencia aquel mochacho que es de edad de hasta diez años y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres prencipales, uno de la cibdad de Buacachula y los dos de la de Yzçucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar.

Esta cibdad de Yzçucan será de hasta tres o cuatro mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato. Tenía cient casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano donde tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está cercada de la barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace por la gran frialdad. Y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy bien abrigada de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas.

En esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica. Y a ella vinieron ansimesmo a se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad el señor de una cibdad que se dice Buagocingo y el señor de otra cibdad que está que está a diez leguas désta de Yzçucan y son fronteros de la tierra de Mésyco. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde - y en la de Tanlazula, porque está junto a ella - dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto, la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Yzçucan. Y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron ansimesmo por vasallos de Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vernían muy presto, y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa, porque ellos nunca habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd español, y que siempre después que al servicio de Vuestra Alteza se habían ofrescido habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habían osado magnifestar por temor a los de Culúa. De manera que puede Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello, porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad de muchas provincias y cibdades que antes eran subjetas a Muteeçuma, viendo que los que ansí lo hacen son de mí muy bien rescibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos.

De los que en la cibdad de Buacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la grand cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de Yztapalapa que se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el señorío. Y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras de su señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros de armas, en especial supe que hacían lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya habemos visto algunas dellas porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Buacachula se hallaron ansimesmo muchas dellas. Otras muchas cosas supe que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo.

Yo invío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro. Y ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la dicha Española y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y pólvora porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas. Y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere porque así conviene mucho al servicio de Vuestra Alteza y a la seguridad de nuestras personas, porque veniendo esta ayuda y socorro pienso volver sobre aquella grand cibdad y su tierra. Y creo, como ya a Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al estado en que antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar por tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y ansimesmo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y velas y remos y las otras cosas para ello nescesarias. Y certifico a Vuestra Majestad que hasta consiguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y costa que se me puede ofrescer.

Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que Francisco de Garay había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra Alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha nescesidad de bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo habían llegado al río de Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto gente en todo el río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí suscedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra Alteza porque aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y yendo desproveídos del aviso de las cosas de la tierra los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que a los primeros hicieron, inviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa donde el capitán que invió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en tierra, porque segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él temo rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza serán muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren.

En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteeçuma habían alzado por señor a su hermano que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades cerca de la laguna. Y agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho Cuetravacin ha inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y cibdades subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra, y que asimesmo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados. Y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrá con su intención y propósito, hállome en muy extrema nescesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra cuanta pueden a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor, suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el socorro, ansí el suyo como el que yo invío a pedir a la Española.

Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la fertelidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí en nombre de Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre. Humillmente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí

Yo he escrípto a Vuestra Majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo suscedido en estas partes y aquello de que más nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra mía que va con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande inviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno humillmente a suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en dar entero crédito a lo que escribo.

Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra Majestad conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. - De la villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520 años.

De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés]

[Después désta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo Vespasiano, y en ella asimesmo había más número de gente que en la dicha cibdad santa. Hallaron poco tesoro a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de 1522 años, las que acá tenemos dignas de fee.]

 

 

 


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